Guerra en Iraq: la ilegalidad de la ocupación iraquí

28.5.07

Introducción

EE UU no invadió por razones humanitarias a Iraq porque esa motivación surgió después de la ocupación o al menos no fue determinante en su inicio. Si aparecieron luego fue para “legitimar” la invasión ante sus críticos. Además, nadie va a creer que a Washington le interesan o interesaban las vidas de millones de iraquíes sojuzgados por Saddam. Ni los chiíes ni los kurdos ni nadie. Si hubiera sido así durante la presidencia de Reagan, en la que participaron varios de los funcionarios de Washington (como Donald Rumsfeld, por ejemplo) se hubieran escuchado condenas contra el régimen iraquí por usar armas químicas contra la población kurda. Pero EE UU, por el contrario, se dedicó a encubrir el hecho (el genocidio) y defender en instancias internacionales las acciones de su sicario en Oriente. Era su “hijo de puta” (como en algún momento Franklin D. Roosevelt calificó al dictador nicaragüense Anastasio Somoza) y por ello había que protegerlo. ¿Ud., estimado lector, cree que EE UU va a comprometer la integridad de sus tropas por la vida de los iraquíes? ¿Tienen algún valor esas vidas para una superpotencia que bombardeó cientos de objetivos civiles indiscriminadamente? ?¿Es posible pensar que la Administración republicana tiene algún respeto o consideración cuando encarcela y priva de derechos elementales a cientos de musulmanes? ¿La legislación norteamericana que regula los procesos contra los acusados de terrorismo no permite en cierta forma la tortura?

Todos estos cuestionamientos hacen pensar que apelar a razones humanitarias para liberar al pueblo iraquí de los padecimientos sufridos a manos de un dictador al que se alentó y respaldó en forma abierta (sobre todo en la guerra de agresión contra la República Islámica de Irán) contradicen, en los hechos, ese tipo de “argumentaciones” a su favor.

Un dato que diferencia las campañas sanmartinianas y las de Bush se refleja en las encuestas hechas en Iraq sobre la ocupación. La BBC ordenó una para evaluar las opiniones de más de 2000 iraquíes en 18 provincias y los resultados no fueron nada positivos para la Administración republicana. Según el estudio el 51% de los iraquíes consultados reveló que avala los atentados contra las tropas de la coalición angloestadounidense. Otra encuesta dada a conocer por The New York Times indicó que el 74% deseaba la retirada inmediata de las fuerzas estadounidenses y británicas.

Me preguntó si Bush hubiera podido dar su discurso sobre la liberación de Iraq en Bagdad en lugar del imponente portaaviones Lincoln, en medio de las aguas del Golfo Pérsico. Esta interrogante viene a mi mente luego de recordar que San Martín declaró la independencia del Perú en la plaza mayor de Lima, en el Cabildo de la ciudad, frente a una multitud que le aclamaba. Si ambas empresas son equivalentes para algunos, ¿cuál sería la razón para que Bush no reciba el agradecimiento directo del pueblo iraquí de la misma forma que lo recibió el gran libertador de los peruanos?

La ilegalidad de la guerra

La única guerra lícita es la defensiva, la que se emplea para detener o resistir una agresión, que dicho sea de paso fue esta última a la que EE UU apeló para invadir a Iraq. El derecho internacional restringe el concepto de guerra que tiene por objeto imponer condiciones entre los Estados, sean por cuestiones territoriales, económicas, comerciales, geopolíticas, etc. Lo que comúnmente dicen algunos defensores de la guerra no es cierto y cualquier tratadista puede desmentirlo fácilmente. Antes de la Primera Guerra Mundial la guerra era una forma de resolver las diferencias entre los Estados, es decir, era lícita, pero no desde su culminación. La conclusión de las hostilidades en Europa condujeron a la creación de la Sociedad de Naciones en 1919, la primera institución internacional abocada a impedirla. Cerca de 1930 en París se firmó el Pacto Briand-Kellogg cuyo fin era prohibir la guerra. Esos antecedentes jurídicos e internacionales sirvieron de base para consagrar en la Carta de Naciones Unidas la invalidez de ese vedado recurso –la guerra- en los siguientes términos: "Los Miembros de la Organización, en sus relaciones internacionales, se abstendrán de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza (...)."

Sin embargo, la Carta de 1945 contempló dos excepciones (al principio de no recurrir a la agresión entre Estados): 1) la legítima defensa que puede ser individual o colectiva en el caso del uso de la fuerza contra un Estado; y 2) cuando media autorización del Consejo de Seguridad de la ONU, amparada en el Capítulo VII de la Carta que permite el uso de la fuerza contra un Estado para restablecer la paz (en cuyo caso el Estado agresor se convierte en una amenaza para la seguridad internacional) y para enviar misiones de paz o de observación para detener la violencia.

Sólo bajo esos dos supuestos el derecho internacional permite el uso de medios coercitivos contra un Estado. Ese mismo sistema no ampara las guerras preventivas, que son las que la Administración republicana utiliza para impulsar sus políticas hegemónicas. La guerra preventiva no es más que otro tipo de guerra de agresión, la cual es calificada como “el más grave crimen internacional” porque de ella emanan por lo general todas las demás violaciones al ordenamiento jurídico.

Lo que algunos postulan sin mucho conocimiento del tema es calificar la guerra de Iraq como “justa”. La que apela a motivos que la justifiquen y que fue obra de los teólogos españoles Vitoria y Suárez inspirados en San Agustín, quien dijo alguna vez en Civitas Dei (la Ciudad de Dios) que “una nación que recurre a la guerra es esclava de pasiones más básicas”. Para los teóricos de la escuela de Salamanca era necesario recurrir a motivaciones elevadas para hacer la guerra. Y aunque hablan de la proporcionalidad de los medios empleados (para no excederse en el uso de la fuerza), “legitimaron” por siglos la posibilidad de que un reino pueda iniciar una ofensiva contra otro de manera preventiva. También desarrollaron “teorías” justificatorias de la dominación de América.

La guerra de Iraq no tuvo ningún motivo sólido o sustentable, de ahí que constantemente el líder de la invasión, el presidente norteamericano George W. Bush, haya cambiado de razones a lo largo del conflicto pues las que esgrimió originalmente como valederas fueron desmentidas por la realidad. Es más, con mucha anterioridad, expertos como Hans Blix, encargado de verificar la destrucción de arsenal químico iraquí, negó en varias oportunidades que existieran las “pruebas” que penosamente presentó el entonces secretario de Estado, Colin Powell, ante el Consejo de Seguridad. La presentación fue tan burda que no incluyó ninguna fotografía o testimonio, pero sí varios dibujos o afiches de plantas móviles donde se almacenaba el supuesto arsenal de Saddam.

Una comparación

Lo gracioso del asunto es que durante la Crisis de los Misiles cubanos en 1962 EE UU presentó pruebas contundentes contra la Unión Soviética en el mismo Consejo, es decir, mostró fotografías que revelaban la ubicación de los silos de los misiles y sus ojivas y numerosas rampas de lanzamiento. La pregunta que surge es: ¿cómo hace casi 45 años y con las limitaciones tecnológicas de la época se pudo armar un buen caso en tan corto tiempo, y no en los albores del siglo XXI, contando con recursos técnicos infinitamente superiores? Si no se logró demostrar que Saddam poseía en su momento armas de destrucción masiva y misiles por encima del alcance permitido no fue porque el tiempo o la tecnología no lo permitiesen, sino porque tales evidencias no existían. Inclusive los aviones espía no tripulados podían acercarse a sus objetivos en tierra a baja altura y recabar pruebas del programa de armamento iraquí o monitorear permanentemente el territorio con satélites de vigilancia. No suponía una gran dificultad técnica fisgonear su territorio toda vez que Iraq es un país desértico, sin la densa o abundante vegetación de Cuba.

Lo relevante aquí es que EE UU resolvió atacar Iraq unilateralmente (con la colaboración británica, española, italiana, australiana, etc.), es decir, sin que Iraq haya amenazado a algún país (o al propio EE UU) después de su fallida incursión en Kuwait o violado alguna de las condiciones impuestas por el Consejo de Seguridad. Aquí, por lo general, se olvida algo fundamental: que dicha instancia –la del Consejo- debió ser la que dé los ultimátum o permisos para emplear la fuerza como último recurso. EE UU no estaba facultado ni autorizado por Naciones Unidas para emprender una ofensiva sobre Iraq. Eso es lo que hay que entender bien porque lo que hizo EE UU equivale a resolver una disputa por cuenta propia, ignorando todas las reglas del juego internacional a las que EE UU voluntariamente se sometió como firmante de la Carta que constituyó a la ONU.

Mucha razón tuvo o tiene el ex secretario de la organización, el ghanés Kofi Annan, al señalar que algunos países (por referencia a EE UU) “pretenden una ONU a la carte”, es decir, a la carta o a pedido como si fuera un delivery. Lo que no comprenden muchos es que así no funcionan las instituciones internacionales garantes de la paz, el comercio o el sistema financiero, o al menos así no deberían funcionar. Organismos como la ONU no pueden servir a la agenda geopolítica de sus miembros ni respaldar sus intereses salvo que estos coincidan plenamente con los principios y estatutos de la organización. Y como la Carta no permite la guerra preventiva (o de agresión) no es posible aprobar las descalificadoras actuaciones de Estados Unidos.

El Informe de Hans Blix y su cuerpo de inspectores fue muy claro durante su audiencia ante el Consejo pues no hallaron evidencia de armas de destrucción masiva, cosa que se corroboró del todo después de la ilegal ocupación. "La posibilidad de que los norteamericanos encuentren hoy ese tipo de armas en Iraq es cero", aseguró en enero de 2003. La experiencia de Blix no es para tomarla en juego pues presidió la AIEA (Agencia Internacional para la Energía Atómica) entre 1981 y 1997.

EE UU jamás hubiera invadido Iraq si ese país hubiese contado con el arsenal que los "halcones" decían que tenía. La prueba de ello es Irán que sí tiene la capacidad para fabricar armas químicas y sus misiles tienen un alcance considerable (se cree que pueden alcanzar diversos puntos del territorio europeo). Además, está empeñado en desarrollar un programa nuclear a gran escala que preocupa no sólo a sus vecinos en el Golfo, sino a toda la comunidad internacional. De ahí que su poderoso sistema de defensa (de procedencia rusa) y su capacidad ofensiva sean disuasivos efectivos para impedir o repensar un ataque. El desarme de Iraq antes de la guerra fue decisivo para decidir su ocupación. Saddam apostó al desarme total con tal de no ser objeto de una intervención, pero sus cálculos fallaron pues la Administración republicana se encontraba determinada a derrocarle y hacerse de las riquezas del país. La idea de tomar Iraq había ido madurando con el tiempo y tomado forma con la llegada de Bush hijo a la presidencia. Los planes datan de mediados de los ochenta por lo menos y se deben al ex presidente del Banco Mundial, Paul Wolfowitz, y al vicepresidente, Dick Cheney, además se cuenta al asesor Karl Rove. Los lazos de todos estos personajes datan desde la presidencia de Gerald Ford. Entonces, la debilidad económica y militar de Iraq previa a la guerra fue un factor determinante antes de emprender la ocupación.

Cuando me referí a la ilegalidad de la guerra era a la de agresión naturalmente ya que existen dos supuestos válidos pero excepcionales. La guerra, a pesar de su prohibición internacional no ha dejado de producirse y se ha sofisticado y complicado de diversas formas. Se podría decir que su concepto merecería una seria redefinición tras los atentados del 11 de setiembre. Pero no ha dejado de ser una manera ilegítima e ilegal de arreglar las diferencias.

De otro lado, la tenencia de fuerzas armadas nacionales por parte de los países miembros de Naciones Unidas no riñe con el derecho internacional puesto que se consideran de corte defensivo, al menos así se autodenominan los ministerios encargados de los institutos armados. Además, en las constituciones modernas se reconoce el principio de no agresión y de responder con la fuerza sólo ante la eventualidad de un ataque. De modo que es falso sostener que poseer un ejército entre en conflicto con la prohibición de hacer la guerra. Dicha prohibición no debe confundirse con el derecho que regula los efectos de la guerra una vez producida. Es decir, con el Ius in Bello, que vela por el respeto de una serie de condiciones relacionadas con la protección de víctimas en un conflicto armado, independientemente de su pertenencia a la parte agresora. En otras palabras, se trata del derecho internacional humanitario, que asume o entra a tallar en un escenario bélico para aliviar los sufrimientos de combatientes y no combatientes por igual. No es civilizado hacer la guerra por los motivos que fuere, salvo cuando peligran los intereses nacionales o supremos (como la paz mundial).

La ética no es suficiente para impedir concreción de ciertas acciones y menos entre Estados pues se manejan y guían según sus propias necesidades y agendas. Las costumbres de inspiración religiosa no sirvieron de mucho para lograr el cometido de acabar con los conflictos. No fue hasta la positivación de su prohibición que la guerra fue condenada por los Estados, es decir, cuando se tradujo en norma de derecho internacional. A ese propósito colaboró Grocio en su época, quien esbozo los primeros principios y conceptos sobre la guerra, calificándola de “justa”, siguiendo a la escolástica. Pero Vattel la criticó porque si una parte alega que sus “razones” para hacer la guerra son justas; la otra podría responder de manera similar en la atribución de la verdad. De ahí que “lo primero que muere en una guerra sea la verdad”, según se lo escuché al escritor y periodista polaco Ryszard Kapuscinski, citando a una congresista norteamericana.

Con el tiempo se fueron prohibiendo cierto tipo prácticas militares pues se limitó la guerra a los uniformados y también se vetó el uso de algunos armamentos (que producen un sufrimiento desproporcionado como las minas antipersonales, etc.). La Convenciones y Protocolos de Ginebra reúnen la mayoría de disposiciones relativas a la conducta de los combatientes, pero no por ello la guerra queda validada de alguna forma, sino que, como se torna muchas inevitable, hay que aceptarla con cierta resignación y procurar la mitigación de sus terribles consecuencias.

Los defensores de la guerra

Los defensores de la ocupación iraquí se amparan, muchas veces sin saberlo, en lo que decía Von Clausewitz de la guerra, que era “la continuación de la política por otros medios”. Esa concepción fue superada por parte de las naciones civilizadas, pero no para el ala neoconservadora de la Casa Blanca y el Pentágono. Usar la guerra para imponer la paz o dar lugar a discusiones políticas y negociaciones no siempre ha conducido a buenos términos. Hoy se pelean otro tipo de guerras muy distintas a las que Von Clausewitz estudió en su tiempo porque el tratadista alemán no conoció a profundidad la guerra de guerrillas, implementada por los colonos norteamericanos o por el Vietcong en el siglo XX. Su uso proliferó en Latinoamérica y fue una estrategia fundamental en la Revolución Cubana. Muchas milicias africanas también recurrieron a esa variante por no contar con formación profesional (en los aspectos militares) o porque era la mejor forma de conseguir sus objetivos dadas sus limitaciones en el campo de batalla.

Si se maneja una noción de la guerra como empresa política se adhiere a pensamientos y corrientes doctrinarias ya superadas. La prueba de ello es la constitución de las Naciones Unidas como entidad responsable de mantener la paz. Objetivo que no ha logrado plasmar (en gran medida) por la intransigencia y “amoralidad” de sus miembros.

Cuando la guerra dejó de ser atributo de los Estados, es decir, una decisión soberana de los mismos, se prohibió que éstos emprendan guerras amparadas en sus deliberaciones y motivaciones internas. Eso cambió finalmente con el establecimiento del Pacto Briand-Kellogg y la Carta de las Naciones Unidas. Así, según François Bugnion, “los Estados contratantes declararon que condenaban "el recurso a la guerra para solucionar diferendos" y que renunciaban a él "como instrumento de política nacional". La Carta de las Naciones Unidas prohíbe todo recurso a la fuerza en las relaciones internacionales, con excepción de la acción coercitiva colectiva prevista en el Capítulo VII y del derecho de legítima defensa individual o colectiva reservado por el artículo 51”.

La guerra no se llega a abolir porque sería una utopía, según Juan Bautista Alberdi, como lo es abolir el crimen o cualquier otro delito. Por el hecho de que se los condene jamás van a dejan de producirse. En cierto modo la falta de un árbitro internacional imparcial ha posibilitado la guerra entre las naciones. Pero esa autoridad no existe, lo más parecido que tenemos para controlar nuestros apetitos de poder son las normas internaciones y las Naciones Unidas, con todas sus limitaciones. Sólo el repudio a la guerra de agresión en el plano interno como externo, en algún grado, ha detenido guerras como la de Vietnam. De esa forma la presión interna y externa se han convertido en poderosos medios para disuadir o acabar con las pretensiones hegemónicas de algunas potencias de nuestro tiempo. Ese malestar con la ocupación de Iraq llegará en algún momento a concluirla, aunque no parezca concretarse en el mediano plazo.

La guerra de agresión es ilícita y representa el mayor crimen internacional que un Estado (o sus funcionarios) pueda cometer. No hay que olvidar que el fiscal de la Corte Penal Internacional (CPI), el argentino Luis Moreno Ocampo, no descartó el procesamiento de George W. Bush y del primer ministro inglés Tony Blair por delitos cometidos en Iraq, según lo dio a conocer al diario británico The Sunday Telegraph. En concreto, Moreno Ocampo dijo que “(…) es una posibilidad (acusar a Bush y Blair). Cualquier país que se adhiera a la competencia de la Corte (al Tratado de Roma) sabe que quienquiera que cometa un delito en su territorio puede ser procesado por mí".

A falta de una deficinicion jurídica sobre lo que califica como agresión, pues hasta el momento es una deliberación política de los Estados miembros del Consejo, se aprecia una parálisis cuando uno de los miembros permanentes de dicha instancia asume ese papel. Esta situación la hemos visto en la invasión afgana por parte de la URSS y de la reciente ocupación iraquí por EE UU. Los vacíos legales permiten este tipo de hechos así como la imposibilidad fáctica de aplicar medidas efectivas contra los agresores cuando se trata de grandes potencias económicas y militares. En ese marco de impunidad internacional ha venido operando EE UU.

Para finalizar, existe un elemento que avalaría hoy en día las gestas libertarias de San Martín: la libre determinación de los pueblos, ya que fue reconocida por la Asamblea General de las Naciones Unidas como un acto y una aspiración legítima. Lo cual valida la colaboración prestada por el gran libertador en su época. A manera de resumen, la Resolución N° 2105 de 1965 “reconoce la legitimidad de la lucha que los pueblos bajo el dominio colonial libran por el ejercicio de su derecho a la libre determinación y a la independencia (...)". Así, cualquier otro argumento contrario o destinado a comparar las campañas sanmartinianas con la invasión de Iraq debe ser descalificado.

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