EE UU, Rusia y los temores de la Guerra Fría

29.4.07

Hay quienes creen que al no estar lista Rusia para la democracia debe apostar primero por afianzar las instituciones del Estado, concretamente, las del ejecutivo, para luego dar sucesivos pasos hacia la apertura política. La presencia de un ex agente de la KGB en el poder corrobora en buena medida la forma en que las élites nacionalistas han programado avanzar hacia las siguientes etapas.

Para fortalecer al Estado ruso, los hombres duros del Kremlin resolvieron concentrar la riqueza petrolera y de gas del país en manos de empresas estatales. Esto se hizo no sólo por razones financieras ya que aportan grandes cantidades de dinero al tesoro ruso, sino porque la propiedad pública de las mismas, con sus cuantiosos recursos, se convierten en eficaces herramientas de presión de su política exterior pues con ello regulan el crecimiento de varios países europeos.

Resultaba entonces esencial controlar el sector energético ya que si la principal amenaza de la Unión Soviética para Occidente radicaba en sus armas; la de la Federación Rusa en el suministro de su gas y su petróleo.

También era fundamental consolidar ese tipo de monopolio para impedir que agentes privados desestabilicen el sistema, generando mayor corrupción y presión sobre la política. Al alejar la participación de los privados, priva, valga la redundancia, a terceros en el manejo o injerencia de la “cosa pública”.

El inconveniente o crítica que podría hacerse es que la creación de grandes compañías de gas y petróleo puede utilizarse para impulsar medidas populistas o favorecer los particulares intereses de los jerarcas rusos, sobre todo en tiempos de baja popularidad o crisis económicas.

Luego de afianzar el sector energético, con lo que gana también participación en la dinámica de la economía rusa, Vladimir Putin se dispone a asegurar la línea de conducción política que estableció al arribar a la presidencia. Ese es, de momento, su principal objetivo. Aunque no se puede ignorar que las relaciones internacionales de Rusia con Occidente, en particular con los Estados Unidos, representa una gran preocupación.

A manera de resumen, durante los últimos años “las autoridades estadounidenses han acusado al Gobierno de Putin de imponer un nuevo autoritarismo en el país y emplear sus recursos energéticos como armas de diplomacia coactiva. Por su parte, las autoridades rusas acusan al Gobierno de Bush de fomentar el malestar en varias ex repúblicas soviéticas y de llevar a cabo una política exterior arrogante y desestabilizadora”, indica Ian Bremmer, presidente de Eurasia Group, una consultora de riesgos políticos.

En la actualidad, el impase de las potencias sobre el escudo antimisiles se ha revelado como uno de los principales problemas que enturbia el panorama mundial. El temor de que se desate una carrera armamentista revive viejos miedos heredados de las peores épocas de la Guerra Fría. Esta vez, a diferencia de ocurrido entre 1950 y 1990, las razones por las que se rearman los países no radica en que uno represente un peligro inminente para el otro, sino en el creciente militarismo de algunas naciones no desarrolladas que desafían el orden internacional con sus pretensiones nucleares.

El temor a la proliferación nuclear es el hecho que alarma como ningún otro en primer lugar. Evidentemente, a ello hay que sumar el aumento de los presupuestos de defensa que han sobrepasado las asignaciones de hace unas décadas. El gasto estadounidense parecerá en todos los casos abrumador porque tiene más “intereses” que proteger (además de haber recibido varios ataques) y porque su crecimiento económico ha sido muy superior al de Rusia, sobre todo en los últimos dieciséis años (que correspondieron a la caída de la Unión Soviética), y al trepidante progreso que significó la apertura de mercados para las empresas norteamericanas durante la presidencia de Bill Clinton.

Lo llamativo es que las amenazas aludidas han sido incentivadas por la política interventora y desbocada de uno de los actores de la Guerra Fría: EE UU. Por ello no le falta razón a Putin cuando señaló en la Conferencia de Seguridad de Munich que EE UU “ha estimulado esas peligrosas tendencias”.

Tampoco ayuda a aminorar los ánimos incluir a Rusia y China como potenciales enemigos de EE UU en un futuro, tal como lo manifiesta Mijail Gorbachev, ex líder de la Unión Soviética. “La inclusión de Rusia fue un lapsus freudiano, que revela una predisposición que no ha cambiado a pesar del fin de la Guerra Fría. China fue mencionada en la misma oración. Es evidente que algunos políticos estadounidenses también toman en cuenta a China en términos de enfrentamiento más que de interacción constructiva”, concluye Gorbachev.

Convertir a Rusia en el viejo “cuco” puede ser peligroso, si es que ese es el tipo de discurso que planea poner en práctica la Casa Blanca. Como el guión de los “peligros del terrorismo internacional” no dio sus frutos o no es suficiente para garantizar los objetivos políticos de los neoconservadores (como justificar su presencia en el poder recurriendo a la creación de amenazas externas), al buscarse un pleito con Rusia al instalar bases de misiles interceptores y radares en países del ex bloque soviético, se trataría de revivir viejos temores que conocen los norteamericanos.

A la luz de los acontecimientos parecería que EE UU crea a sus propios enemigos. Es como si buscara probarse algo, y ante la falta de desafíos que significó la debacle de la URSS, la irrupción del fundamentalismo islámico pareció ser la solución. Esa visión de las cosas corresponde al menos a la de un sector del escenario político estadounidense.

Antes era el peligro del comunismo soviético y ahora la amenaza del “terrorismo islámico”. Podemos afirmar que si no se hubiese producido el atentado en el World Trade Center y en el Pentágono, el liderazgo republicano seguramente deambularía y buscaría con quién confrontar nuevamente a los EE UU. Su existencia, la de los neocons, depende en gran medida de los antagonismos son capaces de crear o inventar, como fue el caso de Saddam Hussein, de quien se dijo que era líder del “cuarto ejercito más poderoso del mundo” cuando ni si quiera pudo derrotar a Irán y que fuera antiguo aliado de EE UU durante la presidencia de Reagan, cuyo acercamiento a la potencia estadounidense casualmente se produjo gracias a las gestiones del renunciante secretario de Defensa, Donald Rumsfeld.

La existencia del ala neoconservadora del Partido Republicano está directamente relacionada a la de los enemigos que pueda hallar y no a sus propias capacidades (aunque sus habilidades tal vez consistan en buscar al nuevo enemigo de turno). Se les podría comparar con los superhéroes de los comics o historietas que aparecen cuando cunde un peligro o arrecia una amenaza, con la gran diferencia de que no defienden la causa de la libertad y la justicia, sino la de sus propios intereses y agendas. En el pasado, en la década de los 80, el enemigo que magnificaron fue la Unión Soviética, cuyo colapso se produjo a finales de dicho período, luego de la caída del muro de Berlin en 1989. En el presente, el enemigo esconde su rostro detrás de un velo. Una cortina, la de hierro, cayó para que se levante imaginariamente otra. Imaginariamente porque no existe tal división con el Islam en su conjunto, sino con un grupo bien organizado de fanáticos que temen la penetración del mundo occidental en el musulmán.

El terrorismo islámico no es más que la respuesta a la prepotencia con la que la Casa Blanca interviene en los asuntos de la región más conflictiva del planeta. La perspectiva de los halcones, desde este punto de vista, es muy limitada, y nos atrevemos a decir que están al borde de la extinción, al menos la generación a la que pertenecen Rumsfeld y Cheney. De momento, sólo el impase norcoreano (al que alentaron a desarrollar capacidad nuclear luego de abandonar los acuerdos suscritos durante la Administración Clinton) o Irán (a quien también animaron a rearmarse al promover la descabellada estrategia de la guerra preventiva, a pesar de que a raíz de un acuerdo suscrito con Alemania, Gran Bretaña y Francia había paralizado su programa nuclear) representan serias advertencias por las que los ciudadanos norteamericanos deberían preocuparse y convocar eventualmente a los halcones para “despejar” los temores. Ellos, a la vez que siembran los peligros que posibilite su retorno, cosechan las tempestades que permite su alejamiento.

Tal como van las cosas, los ganadores de esta contienda son los radicales islámicos pues si bien no pueden acabar con las potencias con las que luchan, al menos pueden desestabilizar a los gobiernos que las dirigen.España es claro ejemplo de ello ya que tras el atentado del 11-M de 2003, el electorado español retiró su apoyo al Partido Popular, cuya gestión no fue mala pues España creció económicamente a tasas interesantes (por encima de la media europea y se crearon muchos empleos), pero su respaldo a las pretensiones hegemónicas de la Casa Blanca inclinó la balanza y lo condujo a la derrota. Con los resultados que arrojó la última elección congresal norteamericana queda más que confirmada la tesis de que el fundamentalismo musulmán tiene la capacidad afectar a las administraciones con las que rivaliza. Para ello sólo necesitó frustrar sus planes en Oriente Medio recurriendo a la violencia. No tan indiscriminada como parece, sino más bien focaliza y dirigida a causar mayor desestabilización.

Volviendo a Rusia, la posible retirada rusa del Tratado de Armas Convencionales en Europa que con la que amenazó Putin en el Parlamento ruso, ha sorprendido a los países de la OTAN toda vez que gracias a ese instrumento (firmado en 1987 por Ronald Reagan y por Mijail Gorbachev) se eliminó los arsenales nucleares de corto y mediano alcance.

Es probable que la insistencia con el escudo o paraguas antimisiles norteamericano esté dirigida a presionar a Rusia para que a su vez obligue a Irán a reconsiderar su programa nuclear. Sería una “buena” carta negociadora, si esa fuera la intención de Washington, cancelar la instalación de los dispositivos defensivos a cambio de que Moscú detenga la construcción del reactor iraní en Bushehr, por ejemplo, y consentir -mediante su abstención en el Consejo de Seguridad de la ONU-, sanciones más graves contra Irán en caso de que no aborte sus aspiraciones atómicas.

Lamentablemente las cosas no son tan sencillas como parecen (o desean algunos) ya que cuanta más presión se aplique sobre Rusia, más fuerte se torna su nacionalismo. Rusia no está dispuesta a retirar su apoyo a Teherán por el desmantelamiento de los interceptores norteamericanos. Putin tiene razones de peso para respaldar a Irán aun cuando se trate de una relación difícil de sostener, sobre todo ante los ojos de Occidente.

Los lazos que mantiene Rusia con Irán se han estrechado en respuesta a la presencia militar anglonorteamericana en la zona. Es parte del efecto indeseado de ocupar unilateralmente una región al margen de las consideraciones de las instituciones internacionales y de los intereses de otros países.

Siendo Oriente Medio de especial interés y relevancia para Rusia, el heredero del Imperio Soviético no quiere perder su influencia a manos de sus rivales estadounidenses. En Putin ha recaído la misión de restaurar la política exterior rusa luego casi una década de alejamiento de esa parte de Asia. La injerencia de EE UU, cuya pretensión inicial consistía en acercar a los países musulmanes a Israel, para convertirlo en líder indiscutible de la región, choca con la nueva arremetida rusa que convirtió a Irán en serio obstáculo para sus ambiciones geopolíticas.

Los rusos vieron en las invasiones de Iraq y Afganistán acontecimientos que llamaron su atención y resolvieron recuperar el papel que desempeñaban. Una de las respuestas rusas a la iniciativa de EE UU de controlar el petróleo iraquí fue explorar una OPEP del gas justamente con Irán, además de Argelia y Libia. Aunque falta mucho para definir y concretar ese tipo de alianzas, la sola mención de tal unión provocó que EE UU se volcara a promover con Brasil el desarrollo del etanol como combustible alternativo al de los fósiles.

La pérdida de influencia y descrédito de EE UU en la región del Golfo ayudó a Rusia a restablecer sus lazos con Oriente. Si en el siglo XX, la URSS se caracterizaba por ser un proveedor natural de armas convencionales; en el XXI la cooperación rusa se ha extendido no sólo al armamento sofisticado, sino a conformar eventuales cárteles energéticos (como el del gas) y a proporcionar tecnología para la construcción de centrales nucleares.

Otra movida rusa y de los exportadores de crudo de Oriente (incluyendo los países árabes) ha tenido que ver con la comercialización de su principal recurso en euros y no en dólares. Dado que la moneda europea se cotiza al alza respecto al dólar, el movimiento natural en el mercado de divisas presiona a EE UU a mantener altas las tasas de la FED (Reserva Federal), lo cual dificulta conseguir financiamiento en EE UU al encarecerlo. Aunque esa medida ayuda a mantener a raya la inflación, la mayor preocupación del Banco Central Norteamericano.

Con Siria la estrategia de estrechar vínculos ha sido similar a la desarrollada con Irán. Como parte de la “buena voluntad” rusa, a través de un acuerdo se cancelaba la mayor parte de la deuda de Siria con Rusia (unos 13. 000 millones de dólares). Por si fuera poco, otros convenios han dado a Rusia el privilegio de en el ámbito energético.

Para haber llegado a la situación actual (de gran temor para Occidente) han ocurrido varias cosas en el camino como la alianza entre Irán y Siria que comprende la plena cooperación en caso de ser atacados por EE UU e Israel, y la reanudación de las actividades nucleares por parte de Irán.

En el fondo del asunto surge una cuestión, ¿qué está dispuesto a hacer EE UU para no perder hegemonía en Oriente? EE UU no quiere ninguna otra potencia regional que no sea Israel, así sea aliada como Arabia Saudita. La petromonarquía ha visto creer su influencia a raíz de que Irán hace lo suyo para afianzarse en la región. Por ello en ciertos sectores de EE UU se considera que sacando a Irán de la ecuación las cosas volverían a su cauce, es decir, mediante un “ataque preventivo”.

Hoy por hoy sólo el conflicto iraquí mantiene viva –aunque a la baja- la presencia de Washington en Oriente, ya que su insatisfactorio papel en el palestino-israelí le ha hecho perder protagonismo. De ahí que incentivando los enfrentamientos sectarios no sea tan malo siempre que el número de bajas estadounidenses no se incremente exponencialmente. Desde cierto punto de vista maquiavélico, hasta podría decirse que la espiral de violencia sirve a los propósitos de EE UU de justificar su presencia por “razones humanitarias” (para contener el aniquilamiento fraticida).

Ahora, lo verdaderamente preocupante no es que Irán tenga armas nucleares, sino que otros países (en respuesta) lo imiten. Ese parece ser el caso de Arabia Saudita, Egipto y Turquía, sólo por dar tres ejemplos de naciones dispuestas a dominar la tecnología nuclear. Si bien Irán ha reactivado positivamente la diplomacia Saudí en la mediación de los conflictos del Líbano y Palestina, también ha incentivado al reino a reafirmar su intención de contrarrestar su influencia con armas nucleares. “La bomba sunita es un peligro latente”, revela The New York Times, citando a conocidos analistas.

Es un tiempo para preocuparse naturalmente, de ahí que no sea tan descabellado que EE UU pretenda protegerse de las futuras amenazas con el sistema antibalístico próximo a ser instalado en Europa del Este.

De otro lado, Rusia podría ayudar a los sunitas a conseguir su primer dispositivo atómico (en febrero pasado Vladimir Putin se convirtió en el primer mandatario ruso en visitar el reino saudita y ofreció su cooperación en materia nuclear), lo que reforzaría los vínculos entre Oriente y Moscú para desazón de EE UU.

Al tiempo que Rusia gana protagonismo en Medio Oriente, EE UU fastidia al Kremlin al fortalecer sus vínculos con los países del Este del Europa y los estados bálticos. Aquello es parte de la medición de fuerzas que uno y otro realizan a escala global, recordando los peores episodios de la Guerra Fría.

México despenalizó el aborto

26.4.07

En un giro histórico, México se convierte en el primer país católico en despenalizar el aborto en sus primeras fases. La medida, si bien no es original en el continente americano porque otros países también de mayoría católica como Cuba y Puerto Rico la aprobaron, representa un gran paso hacia la desacralización de la sociedad, es decir, hacia la independencia de la Iglesia Católica en materia de cuestiones sociales. Por contraste, sólo tres países latinoamericanos lo prohíben bajo cualquier causa como Chile, Nicaragua y el Salvador, aunque peligre la vida de la madre.

Pese a la radical oposición del clero mexicano, la reforma legal fue aprobada por 46 votos a favor, contra 19 en contra y una abstención. Los promotores del cambio fueron los miembros del partido izquierdista de la Revolución Democratica (PRD), que controla la Asamblea Legislativa de la capital azteca. Los partidarios de Juan Manuel López Obrador, ex candidato presidencial, autorizaron la práctica del aborto durante las primeras doce semanas de gestación (bajo ciertas condiciones), y redujeron las penas (entre tres a seis meses) para las mujeres que interrumpan su embarazo después del plazo establecido por la norma.

La despenalización del aborto se suma a la larga lista de temas que han polarizado a la sociedad mexicana desde la última campaña electoral. Se espera, como es lógico, mucha resistencia por parte de los colectivos contrarios a la medida. Algunos planean llevar la batalla a la Corte Suprema de Justicia para plantear su inconstitucionalidad, lo que augura nuevos enfrentamientos legales entre los partidarios de uno y otro bando.

El hecho de determinar individualmente y por cualquier razón la muerte del feto dentro de las doce semanas (tres meses), revela cuestiones interesantes ya que en ese lapso no habría vida humana para el derecho, al menos no para la legislación del Distrito Federal que no le atribuye ninguna relevancia. En la misma línea podría considerarse la atenuación de la pena para las mujeres que suspendan la gestación (de tres a cinco años a unos cuantos meses, conmutables por trabajo comunitario) pues implica rebajar el valor jurídico de esa vida en desarrollo en comparación con la de un ser humano constituido.

No representa ninguna novedad, desde luego, los criterios bajo los que los representantes mexicanos basaron su argumentación para despenalizar el aborto en las etapas iniciales del embazo ya que el Colegio de Bioética Mexicano fijó una posición científica en torno a este asunto al señalar que el embrión de 12 semanas no posee el atributo de la de individualidad biológica, es decir, carece de vida independiente fuera del útero (totalmente inviable fuera de la matriz de la madre). Por ello no puede considerarse como persona, esto es, como sujeto de derechos, de ahí que, según el informe de ese colegiado, “(…) el embrión apenas ha desarrollado su cerebro y no se han establecido las conexiones nerviosas que caracterizan al ser humano. Por tanto, no experimenta dolor ni ninguna otra percepción sensorial”.

El establecimiento del límite de doce semanas no es por ende arbitrario como sostienen los diputados de PAN (partido conservador Acción Nacional y del que es líder el presidente Felipe Calderón), contrario a la terminación del embarazo por cualquier razón que aduzca la gestante.

Al legalizar el aborto es probable que salve más vidas de las que innecesariamente se pierden ya que muchas mujeres acuden a centros insalubres que practican esa intervención quirúrgica en condiciones deplorables. La decisión, contrariamente a lo que se piensa, puede sensibilizar más a la mujer que se lo realiza clandestinamente ya que tendrá acceso a instituciones sanitarias donde contará con información adecuada y asesoramiento científico acerca de los riesgos fisiológicos y emocionales que corre al desprenderse de la vida que lleva en su vientre. De lo que se trata es que el aborto no sea una solución sencilla y rutinaria a un problema que no han podido resolver las políticas sobre el control de la natalidad.

El aborto debe ser el último recurso y no un paliativo que podría llegar a fomentar la irresponsabilidad e irrespeto por la vida. Permitirlo sin campañas educativas efectivas que prevengan embarazos indeseados sólo banalizaría la condición humana. Por ello ambas cosas deben ir de la mano.

De otro lado, las mujeres que aborten no deben ser satanizadas o estigmatizadas con reprimendas sociales o eclesiásticas. La comprensión de este fenómeno es demasiado compleja como para individualizar tan fácilmente las culpas. Como estamos hablando de una falla social, la sociedad -el Estado en particular- es responsable de no concienciar a sus individuos sobre los riesgos de mantener relaciones sexuales sin protección.

En nada ayuda la Iglesia Católica al promover la abstinencia o el no uso de métodos anticonceptivos que pueden impedir enfermedades o desgracias (como el aborto). Siendo realistas, las condiciones no están dadas para atender las irresponsables demandas que solicita el Vaticano, y menos en medio de la extrema pobreza que aqueja a una gran parte del mundo cristiano. El teólogo Hans Küng es muy claro al respecto al atribuir parte de la miseria del mundo a la posición sobre la regulación de la natalidad y la explosión demográfica de la Santa Sede. “Su postura en contra de la píldora y del preservativo, podría tener mayor responsabilidad que cualquier estadista (refiriéndose a Juan Pablo II) en el crecimiento demográfico descontrolado de numerosos países y la extensión del sida en África”. Los efectos de esa política o dogmatismo han generado un indudable rechazo “en países tradicionalmente católicos como Irlanda y España”, concluye el gran pensador suizo.

Con el texto legal que modifica el artículo nº 144 del Código Penal y la Ley de Salud, se podrá concluir el embarazo sin que sea considerado delito, porque la norma considera que hay aborto sólo después de ese tiempo. Antes de esa modificación el aborto sólo estaba permitido en casos de violación, malformación congénita del feto, riesgos para la vida de la mujer o inseminación artificial sin consentimiento de la mujer. De ahora en más se espera que la reforma sea promulgada por el gobernador del Distrito Federal toda vez que es del mismo partido de los legisladores que la aprobaron en la Asamblea de Representantes.

La colisión de dos derechos (el de la libertad de la mujer para elegir la terminación del embarazo y la vida del feto) ha sido tratada con anterioridad y mucha polémica por la Corte Suprema de los Estados Unidos. En el caso Virginia Mabes contra el estado de Alabama (1973) se consideraron en estricto la vida versus la libertad de decisión, dos preciados derechos que entraron en conflicto. La decisión de la Corte fue de legalizar el aborto hasta las primeras 20 semanas. Los argumentos que aportó el Juez Joseph Kirkland, ponente en aquel controversial caso, fue de balancear ambos derechos “puesto que si bien cada uno de ellos tiene razón, otra verdad inobjetable es que ambos están errados, porque la conveniencia del argumento cada parte le negaría sus derechos a la contraparte”. Así, el Supremo Tribunal dividió la gestación en dos periodos iguales de 20 semanas en el que el primero de ellos está admitido el aborto y en el segundo no.

El conflicto determinó una decisión salomónica ya que restringe, pero no impide, el ejercicio de ninguno de los derechos en pugna. La Suprema incluyó dentro de su argumentación elementos indispensables para hacer reflexionar a la madre las consecuencias de su acción abortiva, entre éstas cabe mencionar: “a) información y asesoría para la madre, si razonablemente requeridos, para ayudarla a tomar su determinación. Esto puede incluir material escrito y fotográfico aunque resulte molesto para la sensibilidad de la madre; b) Orientación obligatoria individual o grupal con uno o varios asesores, dirigida a la toma de la decisión sobre el aborto con un período de espera de hasta setenta y dos horas; c) el Estado podrá requerir de la madre una declaración escrita en la que ratifique que está tomado su determinación en pleno conocimiento y voluntariamente”.

En este caso en particular la Corte optó por la libertad porque de ésta depende que la vida merezca la pena de ser vivida. La determinación de llevar a cabo el aborto “no debe ser fácil”, como sostiene el Tribunal, pues “la facilidad puede volverse indiferencia”. El razonamiento del máximo órgano jurisdiccional se basó también en la cantidad de niños no queridos (en albergues) que aumentan en decenas de miles cada año. “Si el aborto fuera criminal, la cifras de los no queridos crecerían irremediablemente”. La postura es evidentemente utilitarista puesto que considera aspectos relacionados con la calidad de vida de ciertos colectivos afectados (mujeres embarazadas que contemplan el aborto) en vez de valorar per se la vida del feto. Aquí entran a tallar las cuestiones numéricas (vinculadas al principio de felicidad), sobre la cantidad de personas infelices que llegan a ser los no deseados por sus madres. Bajo este enfoque es preferible dejar morir a un ser antes verlo infeliz. Como la calidad de vida que recibiría (cuidados, cariños y atenciones) sería mínima, es mejor optar por la terminación de su existencia que prolongar su sufrimiento.

No creemos que las razones de la Suprema sean del todo convincentes, pero al menos han dado una clara señal sobre qué elementos contemplar al momento de legislar sobre la admisibilidad del aborto. Lo esencial de fallo es que si bien permite el derecho a abortar, lo contempla siempre que incluya planes comprensivos– de asesoramiento para la gestante y de cuidado infantil, para proporcionar a los niños abandonados la garantía de mejores cuidados que les reconoce la Constitución.

En otras latitudes menos favorecidas el problema sigue siendo el creciente número de abortos clandestinos. La presión de grupos feministas ha servido para poner en el tapete el via crucis de las cientos de miles de mujeres que tiene que recurrir a prácticas insalubres para abortar. Se estima que por cada aborto atendido hay cuatro no registrados, lo que eleva preocupantemente la tasa de mortalidad entre las mujeres gestantes. Fuentes gubernamentales consideran que en México se practican unos 110,000 abortos ilegales al año. Aunque para grupos defensores de la libertad de abortar la cifra es muy superior.

Lo lamentable es el grado de intransigencia al que han llegado los sectores ultraconservadores representados por el cardenal Norberto Rivera Carrera, quien además de ser investigado por su polémica participación en el debate, dijo que: "Si esta ley se impone habrá violencia para los médicos, para las enfermeras y para todos aquellos que se vean obligados a ejercer este reclamo de algunos, a terminar la vida antes de que nazca".

Jorge Serrano Limón, presidente del grupo ultrarradical Provida, en la misma línea del prelado, amenazó al alcalde de la capital mexicana, Marcelo Ebrard (del PRD) en estos términos: "Tendrá que pagar un costo político, porque él gestó ésto. Lo señalamos como responsable y todo su sexenio (de Gobierno) tendrá que cargar con este costo, que es un costo de sangre". El religioso advirtió a los diputados que si lo aprueban serían excomulgados, igual que las mujeres que interrumpan su embarazo.

Aunque Serrano ha bajado el tono luego de la despenalización del aborto al expresar que la protesta en los centros médicos que practiquen el aborto será pacífica. “No creo que en México haya personas inconscientes que ejerzan violencia contra los abortistas. Al menos en nuestro movimiento todo los vamos a hacer de forma pacífica”, manifestó el lidera de la organización.

Desde que la Unión Soviética permitió esta práctica en 1920, el movimiento de la despenalización se ha convertido en uno de escala mundial. Generalmente su impulso en países del tercer mundo ha estado relacionado con la mortalidad materna asociada a la práctica de abortos ilegales (esto fuerza a mujeres de bajos recursos a buscar clínicas clandestinas para hacerse abortos, mientras las que tienen más recursos viajan a Estados donde es legal). En naciones más desarrolladas la legalización de su ejecución se debió a la presión del activismo feminista y de los nuevos roles de la mujer (gracias a su incorporación masiva al ámbito del trabajo asalariado y tener mayor control sobre su cuerpo, a través de la píldora anticonceptiva).

En México, donde el nacionalismo es tan fuerte como el catolicismo, muchos consideraron como una intromisión los pronunciamientos del papa Benedicto XVI en torno al aborto.
Ciertamente la nueva situación es preferible a la anterior donde peligraba la vida de las gestantes. Las complicaciones surgidas de una pésima intervención quirúrgica en muchos casos privaron a las mujeres de sus capacidades físicas, incluidas las reproductivas.

Mientras en México se regula este grave problema social, la actual Corte Suprema de EE UU, controlada por magistrados conservadores (designados por George W. Bush), abolió una forma de practicar el aborto (por 5 votos a favor y 4 en contra) , la llamada dilación y extracción intacta del feto entero. El fallo modifica uno anterior de hace siete años y abre la posibilidad a establecer nuevas limitaciones al aborto.

Las "consideraciones morales" de los jueces han primado a la hora de restringir las opciones (la libertad) de la abortante y su médico. De esta forma la Suprema ratifica la prohibición de un tipo de aborto incluida en una ley que fue firmada por el presidente George W. Bush en el 2003, cuando los republicanos dominaban ambas cámaras del Congreso.

El método ahora censurado por la Ley de Prohibición del Aborto por Nacimiento Parcial y la jurisprudencia de la Corte, impide ejecutar una operación que muchos especialistas consideran necesaria en determinados casos. Así, la presencia de los jueces ultraconservadores Roberts y Alito, hacen añorar la sensatez de la juez Sandra Day O' Connor, la primera mujer en ocupar un lugar entre los nueve miembros de la Suprema, quien se caracterizó por su moderación al tratar casos que dividieron a la opinión pública norteamericana.

Irán, Rusia y el polémico escudo antimisiles (para gmil)

24.4.07

La mejor prueba de que EE UU no puede atacar -aunque lo desee- a Irán, es la construcción de un escudo antimisiles en países vinculados al antiguo bloque soviético. Esta hipótesis se deduce de las declaraciones de la secretaria de Estado norteamericano, Condoleezza Rice, quien señaló en Alemania que los sistemas de defensa antimisiles que su país planea instalar en Polonia y la República Checa no están concebidos contra Rusia, sino contra Irán y Corea del Norte.

Rice declaró, a modo de resignación, que "estamos ante un peligro creciente procedente de los cohetes iraníes" y "tenemos que vivir con ello". Tal parece, luego de escuchar atentamente sus afirmaciones, que EE UU ya no tratará de evitar la proliferación nuclear a cualquier precio, sino que se preparará para vivir en un escenario donde las armas de ese tipo vuelvan a apuntar a sus principales ciudades y aliados.

Europa no ve con malos ojos la instalación de un “paraguas” antimisiles puesto que también serviría para proteger a los países miembros de la OTAN, que en virtud del Tratado del Atlántico Norte están obligados a prestar colaboración para la defensa de sus intereses y soberanías. Para el viejo continente el despliegue de un sistema que neutralice los misiles iraníes supone un gran alivio puesto que un primer objetivo de dichas armas (por la proximidad geográfica), sería el continente europeo.

Al respecto, tanto Mahmoud Ahmadinejad, el presidente iraní, como el Supremo Líder, Ali Jamenei, han manifestado en reiteradas ocasiones su animadversidad hacia Europa y los valores occidentales, incluso han realizado llamamientos conjuntos a la conversión de los europeos al Islam. También es sabido que el reconocimiento y apoyo de la Unión Europea (UE) a Israel ha sido condenado por los clérigos chiíes que dirigen ese país. Motivos de sobra entonces para preocuparse por sus amenazas, y más cuando lleguen a ser respaldadas por un poderío nuclear.

Ahora, el controversial escudo plantea una serie de interrogantes y problemas geopolíticos entre las mayores potencias militares pues Rusia cree que ese avance genera un desequilibrio estratégico, esto es, que con dicho desarrollo EE UU tendría cómo contrarrestar cualquier ofensiva rusa sobre territorio estadounidense. Se sabe que EE UU ha consultado con Rusia sobre ese tema, así lo revela la propia secretaria Rice, pero a la potencia asiática no le ha gustado para nada la forma en que EE UU ha manejado su unilateralidad.

La respuesta de Moscú ha sido la de denunciar el Tratado de Fuerzas Nucleares de Rango Medio (FNI, en inglés) que prohíbe los misiles de corto y medio alcance, firmado en Washington en 1987 entre los entonces presidentes Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov. El Kremlin amenazó con abandonar en forma unilateral el tratado de reducción de armas que selló en la era soviética con Washington, ante el plan estadounidense de instalar un escudo antimisiles en Europa central.

Los demás países involucrados, Polonia y República Checa, ex países satélites de Moscú y ahora miembros de la UE, han accedido a las pretensiones norteamericanas de formar parte de un sistema de defensa antibalística capaz de conjurar las eventuales amenazas que se ciernen sobre EE UU y sus aliados europeos.

La única crítica surgida hasta el momento del lado occidental sobre el controvertido escudo vino de Alemania, concretamente, del ministro de alemán de Asuntos Exteriores, Frank-Walter Steinmeier, quien señaló que dicha medida debió consultarse previamente con Rusia. En principio el ministro germano no se mostró contrario a la instalación de un sistema de ese tipo, sino a la falta de diálogo o acuerdo con Moscú dado que ese dispositivo se ubicaría cerca de las fronteras de Rusia.

La discrepancia alemana es comprensible toda vez que ese país depende enormemente del suministro de gas ruso para satisfacer su demanda energética. De ahí que Alemania se muestre más condescendiente con Rusia, que con sus aliados norteamericanos.

De otro lado, no es del todo concluyente que el polémico sistema esté exclusivamente destinado a aminorar los peligros de un ataque norcoreano o iraní ya que su planificación data de mucho antes. Por lo menos desde la década de los noventa bajo el gobierno de Bill Clinton. Por ese entonces EE UU hizo algunos desarrollos pero no llegó a concretar algo sustantivo, incluso fue cancelado hasta que el programa antibalístico fue revitalizado por la actual Administración republicana, que en junio de 2002 realizó algunas pruebas exitosas de intercepción de misiles en el Pacífico.

En la actualidad y con un mayor presupuesto de defensa, EE UU está por concretar una de las mayores medidas para su seguridad. El despliegue de una base de rádares en la República Checa y de una instalación con 10 silos para misiles en Polonia también ha preocupado a China, que acaba de lanzar hace pocas semanas un cohete capaz de derribar objetos que orbitan el espacio (satélites).

Una nueva carrera armamentística puede estar en marcha aunque no lo diga ni lo desee ninguna de las potencias involucradas. Las razones para semejantes emprendimientos esta vez no están dirigidos a sus competidores económicos y globales, sino a potenciales enemigos que amenazan el precario sistema de equilibrio mundial. Es decir, que originariamente los esfuerzos de EE UU y la OTAN están orientados a detener la capacidad ofensiva de países (como Irán o Corea del Norte) que desafían el orden internacional, y subsidiariamente a contrarrestar el arsenal de naciones no enemigas (como Rusia y China), pero sí rivales en el campo de las relaciones internacionales.

EE UU de alguna forma se ve obligado a desarrollar ese tipo de defensas ante los peligros que puede vivir en el futuro (debido a una mayor proliferación nuclear por Oriente Medio y el Norte de Africa pues varios países de corte musulmán han manifestado su intención de conseguir dicha capacidad).

Acabar con el equilibrio estratégico que reinó durante toda la Guerra Fría y más de una década desde el desmembramiento de la URSS, implica incrementar considerablemente el gasto militar en países que disponen de efectivo a manos llenas para hacerlo. Esto porque Rusia es uno de los principales exportadores de gas y petróleo, y China acumula año tras año inmensas reversas debido a su superávit comercial y al constante flujo de inversiones que alimenta a su economía.

Da la impresión que Rusia, Vladimir Putin en particular, necesita una nueva confrontación con EE UU, aunque sea simplemente mediática y retórica para consolidar la línea dura y pragmática que ha impuesto en Rusia desde hace siete años. Ad portas de dejar el Kremlin, pues en mayo de 2008 tiene que abandonar la presidencia de la Federación Rusa, el mandatario ruso ha dirigido un discurso antiestadounidense con el fin de revivir el viejo el nacionalismo ruso y llamar la atención del electorado que pronto tendrá que acercarse a las urnas. Putin ya está en campaña -o mejor dicho-, los delfines que ha escogido para sucederle, de ahí que procure que Dimitri Medvedev o Serguéi Ivanov, ambos vicejefes de su Gobierno, dos pesos pesados de la política rusa, disputen la presidencia concentrando entre ambos las preferencias electorales para alejar los temores de cambios en la política rusa.

Encuestas recientes otorgan al primero el 38% de la intención de voto; mientras que su rival, Serguei Ivanov, ostenta el segundo lugar con 23%. Al elegir a estos candidatos Putin está presentando dos aspirantes compatibles con los gustos del electorado ruso, así no deja margen a terceras candidaturas o sorpresas. Cualquiera de los aspirantes mencionados asegura la continuidad de la política de Putin, aunque ambos parecen distintos personalmente.

Medvedev, jurista de San Petersburgo, es cortés y hábil. Encarnó bien el lado liberal de Rusia en el Foro Económico de Davos. Como peor handicap de cara a una victoria electoral de Medvedev, se habla de una falta de carisma. Ivanov fue, como Putin, espía soviético en el extranjero. En lo que respecta a la política de seguridad, es, como Putin, un "halcón".

El hábil planteo de Putin de buscar un intercambio verbal con EE UU al cuestionar su política exterior probablemente decida de antemano el resultado de las próximas elecciones en Rusia.
De esa forma también espanta las críticas hacia su Gobierno, en particular las dirigidas a su falta de convicciones democráticas e irrespeto por los derechos humanos.

Volviendo al despliegue del escudo antimisiles, este coincide con la negativa iraní a dar marcha atrás en su programa de enriquecimiento de uranio. Este impase hará que occidente se encuentre más unido que nunca en torno a Irán. Al menos esa parece ser la señal que envía el presidente francés, Jaques Chirac, al solicitar sanciones más drásticas a las implementadas el pasado 23 de diciembre.

Antes de la primera resolución del Consejo de Seguridad de la ONU (la nº 1737), la comunidad internacional se encontraba dividida. Así podíamos hallar de un lado a EE UU y Reino Unido exigiendo mayores sanciones, y a Alemania y Francia por el otro, demandando mayor mesura y diálogo con Irán.

Por su parte, los otros dos integrantes asiáticos del Consejo de Seguridad, Rusia y China, son dos huesos duros de roer a la hora de acordar castigos dadas sus profundas vinculaciones con Teherán. Rusia se opone a cualquier sanción porque varias empresas rusas están haciendo un gran negocio construyendo la primera planta nuclear iraní. Además tiene en agenda varios proyectos energéticos (gasíferos, principalmente) y la posible constitución de un cartel similar al de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo), pero del Gas. Beijing asume una posición similar a la de Rusia por lo mismo, aunque en su caso canjea apoyo por un suministro constante y seguro de hidrocarburos. China firmó hace un par de años importantes acuerdos (del orden de los 70 000 millones de dólares) para importar petróleo y gas iraní que los chinos necesitan desesperadamente para mantener el crecimiento de su economía.

Será difícil dejar pasar una resolución que contemple mayores presiones pero no se descarta. EE UU incluso podría negociar con Rusia su escudo antimisiles a cambio de que apoye las iniciativas occidentales de desnuclearizar a Irán. El complejo y criticado sistema defensivo norteamericano pasaría a ser una importante carta de negociación para arrinconar a Irán al quitarle el respaldo de Moscú. Sin Rusia de su lado, es más probable que el régimen chií reconsidere su posición y acceda a las exigencias de la comunidad internacional.

Vencido el plazo de 60 días dado por el Consejo de Seguridad para que Irán detuviera su programa de enriquecimiento de uranio, que puede ser utilizado como combustible en las centrales nucleares, pero también para fabricar la bomba atómica. Ese país no ha dado ninguna muestra de haber variado su postura. De ahí que el ministro de Exteriores de Francia, Philippe Douste-Blazy, declarara que la ONU debe ir "un poco más lejos" en las sanciones ya adoptadas contra el régimen de Teherán.

La OIEA (Organismo Internacional de la Energía Atómica), dependiente de Naciones Unidas, confirmó en su informe oficial que Irán ha proseguido, e incluso reforzado, sus actividades nucleares al enriquecer uranio en cantidades alarmantes. Dicho informe abre la posibilidad de un reforzamiento de las sanciones económicas y diplomáticas, aprobadas en agosto. Los estudios fueron realizados en la planta piloto de enriquecimiento de Natanz, al sur de Teherán, donde el régimen de los ayatolás ha construido una instalación atómica subterránea protegida por baterías antiaéreas.

Mahmoud Ahmadinejad ha asegurado que "(…) la energía nuclear es muy importante para el progreso y el desarrollo del país". Agregó que Irán "no cederá a la intimidación" de Occidente y que "seguirá su camino hasta llegar al máximo de la tecnología nuclear". Internamente no todos parecen estar de lado del presidente iraní toda vez que han aparecido voces disidentes que reclaman la congelación de las actividades nucleares. Este pronunciamiento lo ha manifestado la Organización de los Muyahidin de la Revolución Islámica, un partido reformista iraní. Se trata, sin lugar a dudas, de la primera discrepancia pública que un partido le hace llegar a Ahmadineyad para que acepte las demandas de la ONU. Para este grupo, el Gobierno pone en peligro "la seguridad nacional y los derechos de los iraníes".

Otra preocupación para nada soslayable es que si Irán se dota de capacidad nuclear podría incrementar las tensiones en el Golfo -y con ello-, el del precio internacional del barril de petróleo, donde se concentra principalmente ese recurso.

El panorama de todos modos incierto y lo que se aventura en estas líneas son probables escenarios ante el cambio de estrategias y condiciones de los actores. Aún deambulamos en supuestos como para aventurar un desenlace final de la crisis. Sólo cabe esperar que la resolución sea favorable para aminorar los temores de una proliferación nuclear en el planeta.

Guerra en Iraq: EE UU levanta el Muro del Sectarismo

23.4.07

La negativa del primer ministro iraquí, Nuri Al Maliki, a la pretensión norteamericana de levantar un muro en la localidad de Azamiyah (en Bagdad), supone el primer diferendo público de importancia entre el Gobierno de Iraq y EE UU. Anteriormente el jefe de gobierno iraquí asumía con resignación y silencio las críticas de Washington, bien sean de la Casa Blanca o del Capitolio, pero ahora la situación parece haber cambiado.

El roce establece por primera vez cierto grado independencia en la conducción política de la guerra, al menos en lo que a materia de seguridad interna se refiere.

El experimento estadounidense de dividir dos comunidades (para proteger un enclave suní que está rodeado de barrios chiíes), es una de las pocas cartas que le restan a la Administración Bush para detener la sangría en la capital iraquí.

Dado que el plan para asegurar Bagdad no está dando resultados pues se registró un ataque en el corazón de la Zona Verde (en el Parlamento) y atentados múltiples en diversas partes de la ciudad, la apuesta por una medida semejante no sólo revela la desesperación que acusan las autoridades de la fuerza de ocupación, sino también sus intenciones proyectar la partición territorial del país.

La construcción de la muralla de hormigón tiene la misión de separar los barrios de Shamasiya y Gurayaat, poblados mayoritariamente por chiíes, de la comunidad suní de Azamiyah, situada en la parte este del río Tigris. El muro de Azamiyah “será el primer muro basado en consideraciones sectarias”, según subraya Los Angeles Times.

A pesar de las esperanzas que puede aportar este muro (ya que puede reducir el grado de violencia en esa parte de la ciudad), las milicias y grupos insurgentes siempre encontrarán nuevas formas de superar los obstáculos. Como los controles de seguridad y barreras no han sido efectivos hasta ahora, tal vez se piense que un muro sí podrá hacerlo.

Siguiendo el ejemplo -exitoso, pero ilegal- de los israelíes al levantar una cerca en Cisjordania, los comandantes norteamericanos creen que el aislamiento surtirá algún efecto pues los yihadistas ya no podrán ingresar en ciertas zonas de Bagdad. Lo que ignoran es que los grupos y movimientos que operan en Iraq cuentan con muchos más recursos y podrían cavar túneles como hacen los extremistas palestinos para burlar la protección del muro.

De erigirse la cerca de Azamiyah aumentará el sentimiento antinorteamericano en Iraq y con ello los incentivos para atacar objetivos e intereses de ese país en suelo iraquí.

De otro lado, las condiciones de vida para los habitantes del barrio suní se deterioran inevitablemente pues tendrán que pagar un alto precio por su “seguridad”.

La intención de cerrar los suburbios de Bagdad puede ser un indicio, como se dijo más adelante, de una eventual división en grupos étnicos y religiosos mucho más amplia y definitiva. La incesante espiral de violencia no hace tan desagradable la idea de pensar en una división de Iraq en tres partes (una kurda, suní y chiíta, respectivamente).

En el caso de la India se recurrió a esa traumática medida para acabar con los enfrentamientos sectarios que causaron muchos más muertos que su propia independencia del Imperio Británico.
Pero pensar en esa posibilidad es demasiado temeraria dada la gran oposición interna, principalmente de los suníes ya que no disfrutarían de una justa distribución de la riqueza petrolera, y porque existe mucha resistencia externa, es decir, de Turquía, Siria e Irán que rechazan la creación del Kurdistán en el norte de Iraq.

Turquía ha revelado en los últimos días, a través de altos mandos militares, su intención de ocupar la parte norte de Iraq en caso de que se esté generando un clima que conduzca a la creación de un hogar nacional para los kurdos. Bajo el pretexto de realizar incursiones periódicas contra las guerrillas, Turquía se faculta a si misma a intervenir militarmente fuera de sus fronteras en caso de que EE UU apoye la constitución de un Estado kurdo.

La valla, de cinco kilómetros de longitud y 3,6 metros de alto convertirá en una especie de ghetto al barrio de Azamiyah y profundizará las divisiones entre suníes y chiíes al restringir el contacto y socavar la convivencia. De funcionar la separación por razones de seguridad, podría replicarse el mismo modelo en otras zonas que soportan similares dosis de violencia, lo que a larga allanará camino para una futura escisión del territorio iraquí dadas las posiciones irreconciliables de los grupos en conflicto.

El convencimiento al que podrían arribar los iraquíes para ese entonces ya no sería el de una convivencia tutelada por los Estados Unidos (puesto que la superpotencia mantendría varias bases militares aún después de retirar el grueso de sus tropas de campo), sino el de la separación definitiva en tres estados independientes. Tal vez a eso apunte el Pentágono luego de demostrar, siempre que tenga éxito con el muro, que la violencia no concluirá a no ser que cada etnia asuma las riendas de su destino por separado.

Lo difícil para la concreción de ese plan sería la repartición de los recursos petroleros de Iraq, y contar con el reconocimiento de sus vecinos (que ven con mucho desagrado el rediseño unilateral del mapa político de la región). Al menos esa es una de las cuestiones a abordar próximamente en la Cumbre de El Cairo sobre el futuro de Iraq.

Aunque la división parezca atractiva y razonable, habría que tener en cuenta que los nuevos estados podrían convertirse en repúblicas satélites de las que actualmente existen en el Golfo, este sería el caso del Estado chiíta de Iraq por parte de Irán (entre ambos controlarían los envíos y las rutas estratégicas de crudo al mundo) y del eventual Estado sunita iraquí por parte de Arabia Saudita.

El caso del Estado kurdo sería hasta cierto punto inviable ya que la sola mención de su creación genera gran malestar entre los nacionalistas turcos, quienes incluso están dispuestos a arriesgar su ingreso en la zona euro con tal de no ver establecida a esa nación.

Asesinatos en la Universidad de Virginia: ¿Adiós a las armas?

17.4.07

A primera vista, lo que llama la atención de esta tragedia es que para morir a manos de un asesino no hace falta un motivo, de ahí el mayor temor que nos embarga cuando uno de estos acontecimientos se produce. A diferencia de Iraq, Palestina, Afganistán o Líbano, donde los crímenes son más frecuentes que en Occidente, en EE UU parece no haber una conexión lógica entre causa y efecto.

Al menos en Oriente uno sabe que la violencia es fruto y acción directa de consideraciones religiosas y políticas, principalmente, es decir, atribuibles a una serie de factores entendibles, pero en Norteamérica se carecen de causas racionales que expliquen estos arrebatos o no se ha podido explicar bien la interacción de diversos factores (sociales, económicos y psicológicos) en la formación de la mente criminal.

Da la sensación, tras los recientes sucesos, que cualquiera puede ser asesinado y no hace falta ninguna razón para ello, al menos no para el criminal que muchas veces no conoce a su víctima ocasional o de turno. Claro que se dirá que en Oriente muchos de los terroristas suicidas tampoco tienen relación con sus anónimos damnificados, pero al menos saben distinguirles del resto, esto es, pueden identificar al colectivo al que se dirige su acción violenta.

No representa ningún consuelo, desde luego, tener plena conciencia de que un grupo de insanos pretenda acabar con nuestra vida por pertenecer a una facción determinada. No, de ninguna manera es un alivio, pero de alguna forma nos advierte de los peligros reales que corremos. Saber de antemano que vivimos amenazados permite tomar algunas medidas concretas como migrar a otros territorios dentro del propio país o salir de él hacia otras naciones en busca de refugio (como es el caso de Iraq o Palestina).

El terror objetivo hace que tomemos decisiones racionales para asegurar nuestra supervivencia. En cambio, en una sociedad donde el daño puede venir sin anunciarse y sin causa aparente, son pocas las cosas que pueden hacerse para contrarrestar sus efectos. Aunque una de las cosas que se ha hecho -por desgracia-, sea el aumento de la tenencia de armas por parte de una sociedad que se siente desprotegida.

La irracionalidad del crimen en las sociedades posmodernas hace que nadie esté libre de ser afectado y no se requiera de alguna causa.

Si cabe hacer algo al respecto, el control de armas no vendría mal ya que limitaría las posibilidades materiales de los criminales, pero de ninguna manera sería suficiente para reprimir sus impulsos. La discusión sobre este asunto sale siempre a flote cada vez que un crimen de esta naturaleza ocupa las primeras planas y espacios de los medios.

Legalmente, bajo una cuestionable interpretación constitucional, se ha reconocido el derecho a portar armas en los Estados Unidos. Esto porque en principio las condiciones y supuestos bajo las que se redactó la Segunda Enmienda de la Constitución norteamericana (1787) han desaparecido, es decir, en ese tiempo los ciudadanos estaban convocados a defender a la nación de las amenazas extranjeras (del Imperio Británico) y no existía un cuerpo regular de defensores, sino una milicia (el mismo Washington empleó tácticas guerrilleras al momento de enfrentar a los ejércitos reales).

Además, la presencia de las instituciones del gobierno era escasa en muchos territorios, principalmente en el Oeste, donde ciertamente imperaba la “ley del revólver” y había que proteger la vida y la propiedad de alguna forma.

Posteriormente, la escasa protección que podía ofrecer el Estado contra el crimen organizado reforzó la necesidad de portar armas o comprar seguridad a rufianes del vecindario. Prácticamente coexistía con la autoridad una entidad paralegal compuesta la mafia y grupos de bandas delincuenciales.

En el ideario colectivo existía la percepción de que poco o nada se podía hacer contra los criminales hasta la creación del FBI, que con alguna eficacia les combatió al constituirse como una entidad con alcance nacional, es decir, que superaba la jurisdicción local de la policía estatal (por ello muchas veces Bonnie y Clyde podían escapar de la justicia al traspasar las fronteras).

Otro factor determinante para la proliferación de armas en EE UU (que según algunas estadísticas supera el total de habitantes) ha sido el lobby de la Asociación Nacional del Rifle (NRA, en sus siglas en inglés). La presión de este grupo que cuenta con famosos miembros como el actor Charlton Heston ha sido decisiva para mantener el status quo en torno a la tenencia de armas.

La tradición pesa demasiado en EE UU, por ello se concibe a las armas de fuego como elementos fundamentales en la formación de la identidad nacional. Portarlas es una forma de sentirse vinculados con los pioneros que construyeron su patria gracias a su esfuerzo y superioridad tecnológica. Ciertamente los primeros colonos deben mucho a las armas la fortuna de sobrevivir en un medio inicialmente hostil y desconocido.

De otro lado, la televisión y sus contenidos también ha sido responsabilizada de promover la violencia, así como la música (en particular el heavy metal y el rap) y los juegos de video.

Tal vez los impulsos agresivos que eran canalizados de otra forma al vivir en un medio agreste busquen manifestarse de otra forma. En el pasado los primeros norteamericanos de origen anglosajón vivían de la caza. Quizá el recurrente enfrentamiento con los nativos instauró una paranoia colectiva: el temor al acecho, a que nos maten o roben nuestras posesiones sin estar preparados.

El miedo (debido a la intolerancia religiosa) fue el gran leit motiv a la hora de impulsar las grandes oleadas migratorias de Europa hacia América del Norte. Los norteamericanos saben de persecuciones, de ahí que cruzaran en charco en busca de un ambiente en el cual prosperar y practicar sus creencias libremente.

Ahora ese viejo temor enraizado vuelve a emerger y cuando no es explotado por políticos para extraer algún rédito. No sorprendería que más adelante se vuelva a manipular los acontecimientos (como el 11 de setiembre) para favorecer a ciertos grupos de poder o influencia. La ANR y los fabricantes de armas tienen una oportunidad para afianzar su causa o aumentar sus ventas tras los incidentes.

Paralelamente a un control más efectivo de las armas, habría que iniciar un desarme progresivo de la sociedad estadounidense. Una medida de este tipo ha dado algunos resultados en Brasil, Haití, Centroamérica y un puñado de países africanos que vivieron grandes episodios de violencia.

Sólo de esta forma se podría garantizar que el objetivo de tener una sociedad pacífica se cumpla (aunque parezca más una utopía). En sociedades donde el monopolio de la fuerza lo tiene el Estado no se justifica de ningún modo que los particulares posean grandes arsenales ya que favorece la existencia del mercado negro.

El exceso de armas que puede portar un norteamericano casi no tiene límites porque en algunos estados, como Virginia, facilitan su adquisición (la única “restricción” real que existe, además de la mayoría de edad, es que sólo se puede comprar un arma por mes).

Muerte en la Universidad de Virginia: American Psycho

Muchos atribuyeron inmediatamente a la sociedad norteamericana una serie de hechos aislados de barbarie, aunque en este caso la procedencia del asesino era surcoreana. Lo social sin duda influye en las decisiones que toman los individuos siempre que comprendan la magnitud de éstas. Ante lo ocurrido en la Universidad de Virginia y sin mayores pormenores del último asesinato, surge la interrogante de si la sociedad estadounidense es fabricante en serie de “asesinos seriales”.

La pregunta es difícil de contestar toda vez que EE UU no es una sociedad uniforme y existen muchas diferencias entre (y dentro de) los estados de la Unión. Aunque tal vez nos sea más compresible – y más fácil también- pensar que sea así. Echarle la culpa a la sociedad – si la tuviera- no soluciona las cosas, pero sí diluye las responsabilidades (políticas, institucionales e individuales) al atribuírsela a ese ente gaseoso y abstracto.

La sociedad como tal no puede ser juzgada, lo que no impide que sea analizada y criticada cada vez que suceden cosas que perturban el orden. El asunto en ciernes evoca en muchos una profunda crisis y descomposición social en la sociedad estadounidense. Y hay algo de razón en ello ya que estos trágicos eventos no son aislados, pues hemos sido testigos de violencia juvenil en las escuelas y universidades norteamericanas.

Ahondar en los males e imperfecciones sociales sólo podrían explicar marginalmente lo que ocurre en la mente criminal. Aunque existe un elemento relevante para la comprensión de este y otros crímenes: la deshumanización del individuo en las grandes sociedades postmodernas. Esta característica casi patológica es resultado de haber rebajado la condición humana a la de un objeto de consumo.

En Occidente es verificable el hecho de la impersonalización de las relaciones y contactos a tal punto que casi ni conocemos a nuestros propios vecinos. El grado de interacciones se reduce y limita no sólo por la falta de tiempo, sino que no invertimos en aquellas relaciones que no nos reporte una utilidad inmediata. De ahí que esté muy extendida la noción de vincularnos en función del producto resultante entre costes y beneficios.

Si consideramos a las personas de nuestro entorno como simples prestadoras de servicios, es indudable que entren en la categoría de objetos para nosotros, de cosas que se pueden adquirir gracias a un mayor o menor ingreso.

En el fondo de lo que se trata es de una convivencia despersonalizada y de una exaltación del propio ego. Matar a sangre fría sin que importen las consecuencias sólo revela la punta del iceberg, ya que lo verdaderamente preocupante es pasar desapercibido dentro de la sociedad como asesino, esto es, sin que los demás adviertan la potencial ira que escondemos.

La frustración y el enojo con la vida misma pueden haber llevado a esta trágica situación. Por versiones de medios televisivos escuchamos una y otra vez que el sujeto que ha provocado este lamentable hecho ha sido presa de un descontrol que sólo es identificable en una personalidad gravemente afectada. Algunos entendidos en comportamientos violentos destacan la importancia de los componentes psicológicos y medioambientales en el desarrollo progresivo de los resortes de la personalidad.

Más que la masacre de Colombine en Colorado, con la que esta tragedia tiene evidentes coincidencias, la matanza en Virginia Tech recuerda, al menos en mi caso, a American Psycho (1990), la novela del irreverente escritor norteamericano Bret Easton Ellis. La obra tiene un gran valor: no explica nada pues deja que el lector descubra por si mismo la vacía dinámica del crimen.

El mal no tiene ninguna profundidad según Hannah Arendt (En Eichmann en Jerusalén). Y en el texto en cuestión no la posee ya que en ningún momento el protagonista (Patrick Bateman) explica su porqué.

La escasa o nula profundidad del mal hacen que éste sea superficial, como en efecto sucede en la novela pues lo que conmueve es la frialdad del asesino que se preocupa más por combinar una par de corbatas que por los horrendos crímenes cometidos el día anterior.

No hay temores o culpas individuales ni fantasmas de los asesinados que asedien o exijan justicia como el del padre de Hamlet. No hay trascendencia en un mundo absolutamente material, en el que se ha perdido el sentido de lo sagrado, pero no desde un punto de vista metafísico, sino real, que signifique un sentimiento de responsabilidad hacia nosotros y a la vida de los demás a la vez.

Carl Gustav Jung tal vez lo explique de mejor forma al señalar que “el hombre contemporáneo, confiándose unilateralmente en su razón esclarecida, se cree libre de su propio mundo simbólico y de los influjos de los "dioses" de antaño, pero lo que hemos superado son sólo los fantasmas verbales. (...) Los dioses del pasado se convirtieron en enfermedades (…)”.

Yo mismo trato de encontrar respuestas en vez de preocuparme inicialmente por el dolor de los deudos y los heridos. Como si saber el porqué hiciera más confortable la noticia. La búsqueda de explicaciones es una manera racional de corregir la anomalía ya que los vacíos suelen generar angustias. Pero si no reflexionara jamás tomaría consciencia de la dimensión humana del problema.

Es necesario superar ese “individualismo donde el repliegue de los sujetos sobre sí mismos se sustancia”, siguiendo al ensayista del diario El País, Manuel Cruz, (comentando un texto del filósofo Giacomo Marramao). Para ello tal vez haga falta emprender un “universalismo” para recuperar “la solidaridad y los valores compartidos”, es decir, el espíritu libertario que constituyó originalmente a nuestros Estados y por qué no, a las religiones que suscitan una mayor conciencia del mundo, del prójimo y de la trascendencia.

Guerra contra el terrorismo islàmico: ¿Se puede hablar de un repliegue fundamentalista?

12.4.07

Para algunos la guerra contra el terrorismo islámico está funcionando porque grupos como Al Qaeda no han podido realizar atentados en las principales ciudades occidentales. La premisa de la que parte un buen número de opinantes es cierta, pero ignoran algunos elementos que determinan el desenvolvimiento y la mecánica de esta “guerra”.

El primer factor a tener en cuenta es el temporal, es decir, la concepción del tiempo que manejan los actores del conflicto. Para los musulmanes de corte radical o fundamentalista el transcurso de esa dimensión es totalmente distinto al que es concebido por un occidental. Esto porque los extremista consideran que su lucha es de larga duración (así como la consecución de sus metas). Podría decirse que tienen una noción bastante extendida (o eterna) de la guerra y que no importan los reveses iniciales porque al final prevalecerán con ayuda de Alá.

El tiempo no los condiciona entonces a obtener resultados inmediatos (derrotar a su enemigo en el más breve plazo). De ahí que se manejen con relativa prudencia y calma a la hora de concretar sus amenazas. Esa aparente inacción del rival puede hacer que nos confiemos o que creamos que les hemos hecho retroceder, pero en realidad todo hace suponer que su retirada forma parte de una estrategia para pelear la guerra en su territorio y bajo algunas de sus condiciones.

Parece como si de antemano, muchos analistas lo creen así, que tras el 11- S los fundamentalistas llevaron el conflicto a casa (Iraq y Afganistán) con el objetivo de desatar una verdadera “guerra santa” o Jihad contra Occidente. Es decir, revivir la agresión sufrida por los cruzados casi un milenio atrás para unificar, bajo la amenaza del enemigo común (Estados Unidos), a los distintos pueblos y facciones del Islam.

Claro que la pretensión de iniciar una “guerra santa” choca con la realidad pues está limitada a unos pocos países. La contención del conflicto se debe a que en varias naciones del mundo islámico existen regímenes de corte autoritario que combaten todo vestigio de insurrección y disidencia. Además, algunos de esos estados son ricos en petróleo, y por ende cuentan con suficientes recursos para mantener el orden y la estabilidad económica.

Pero en el mundo árabe también existen países con rasgos democráticos como Marruecos o Túnez, por citar dos ejemplos, que han avanzado mucho en materia de apertura política, lo que permite introducir ciertos elementos de la modernidad para defender eficazmente las libertades de los totalitarismos religiosos.

Otro elemento que impide un panislamismo beligerante son las marcadas divisiones dentro del Islam, entre sunitas y chiítas, principalmente. Acentuadas gracias a la ocupación norteamericana de Iraq, donde los conflictos y atentados entre las dos vertientes están a la orden del día. Las posiciones irreconciliables entre estos grupos creó una brecha difícil de superar. Aquello provocó que se generen alineamientos de uno y otro bando, así encontramos a Arabia Saudita liderando el apoyo a las facciones sunitas y a Irán haciendo lo propio con los integristas chiítas del país del Tigris.

Por si fuera poco, el programa nuclear iraní refuerza aún más la cohesión de un bloque antichiíta en los estados de mayoría suní.

Una segunda razón por la que Occidente se ha visto librado hasta cierto punto de la violencia que sacude a Medio Oriente es el nuevo enfoque de la guerra que estableció uno de sus actores, es decir, el de Al Qaeda y grupos afines que han concentrado preferentemente agentes y recursos en Iraq.

Iraq no sólo es el centro neurálgico de la lucha contra Occidente y un lugar de reclutamiento, sino el escenario ideal desde el cual exportar el conflicto hacia otras latitudes. Siendo esta una guerra que no se puede ganar por las armas pues requiere una solución política, la red de Bin Laden tratará de mantener distanciadas a las partes con el fin de arruinar los objetivos de pacificación estadounidenses.

Al Qaeda tiene el lamentable mérito de lograr que se enfrentaran tanto chiíes como suníes al explotar sus diferencias (al atacar la mezquita Askariya de Samarra en febrero de 2006 se pasó de un conflicto menor a una guerra fraticida). Eso desencadenó en gran parte la guerra civil que enluta al país.

La orientación de los islamistas determinó que haya una preferencia o prioridad de enfrentar a los occidentales en Iraq, antes de combatirles en EE UU o en Europa. Además, las motivaciones de confrontarles en casa son mucho más seductoras porque ofrece la posibilidad de propinarles una derrota que afectará el orgullo estadounidense (que generará un probable repliegue de las tropas apostadas en Oriente) y servirá de propaganda política para el movimiento islámico.

Un tercer elemento que posibilita la ausencia de atentados de gran magnitud puede ser atribuido a las medidas de seguridad adoptadas por los países afectados (EE UU, Reino Unido, España, etc.). Tanto el trabajo de las comunidades de inteligencia como el aumento de los presupuestos de seguridad interna y nuevas leyes antiterroristas han facilitado el accionar de los agentes encargados de velar por nuestra seguridad, pero han creado a la vez muchas incomodidades, vacíos y brechas institucionales que ponen en tela de juicio la constitucionalidad de tales medidas.

Como conclusión creo que tanto la concepción temporal de esta guerra (por parte de los extremistas) y la nueva focalización del conflicto en Iraq y Afganistán (con algunas ramificaciones aisladas en Argelia, Marruecos, Somalia, etc.) han sido factores esenciales para constatar la reducción provisional de la violencia en nuestras comunidades.

El sector agrícola absorbe a siete de cada 10 niños que trabajan en el mundo.

11.4.07

Con motivo del Día Mundial contra el Trabajo Infantil (15/04), UGT denuncia en un escrito las dificultades que aún existen para la total erradicación de esta forma de explotación y apunta que el sector agrícola absorbe a siete de cada 10 niños que trabajan en el mundo.
En 2005, el sindicato inició el programa 'Sin Tiempo para Crecer' -apoyado por el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales- para prevenir el trabajo de los niños en los campos de cultivos e intervino en las campañas de tomate de Badajoz, de cereza en Cáceres, de aceituna en Jaén y de fresa en Huelva.
La Unión General de Trabajadores ha anunciado el comienzo de la segunda fase de su programa 'Sin Tiempo para Crecer', que pretende acabar con el trabajo infantil en los campos de cultivo y que este año tendrá lugar en las campañas de la patata y la vendimia en La Rioja, Burgos y Álava.
Entre los problemas más importantes de los niños que viajan con una familia temporera figuran el fracaso escolar -un 40%-, el desarraigo y falta de adaptación -un 20%-, y la no escolarización (15%), añade el comunicado.
Por otro lado, Save the Children ha llamado la atención respecto a que seis millones de niños entre cinco y 17 años trabajan en América Latina, la mitad de ellos "en condiciones de explotación o realizando trabajos peligrosos".
Pese a que el último informe de la Organización Internacional del Trabajo "constata una reducción del número de niños trabajadores en el mundo, la cifra ha crecido de modo alarmante en algunos países", añade la ONG en un comunicado.
"Es el caso de Argentina, donde el trabajo infantil ha aumentado un 600% en los últimos siete años como consecuencia de la crisis económica. De los 250.000 niños argentinos que trabajaban en 1998 se ha pasado a 1,5 millones".
La crisis de Bangladesh
Con motivo del Día Mundial contra el Trabajo Infantil, la ONG Intervida también ha denunciado que los menores de 14 años representan un 12% de la población activa de Bangladesh.
En este país asiático, más de 6,5 millones de niños de entre 5 y 14 años forman parte de la población activa y en su capital -Dhaka- casi 1,4 millones de niños trabajan en la industria y dos millones están vinculados al sector servicios.
La mayoría de los menores son operarios de fábricas de aluminio o de cerillas, empleados de hogar, peones, vendedores de té y comerciantes ambulantes.
Para erradicar este problema, Intervida lleva a cabo en cinco 'slums' o barrios marginales de Dhaka un programa que proporciona educación y atención médica a más de 400 niños trabajadores.
EFE MADRID.-

Benedicto XVI y las trampas de la fe

2.4.07

La modernidad o posmodernidad bien pueden ser llamada como la Edad Media del cristianismo ¿La razón? Es la orientación de una sociedad que se aproxima a hacer posible el bien sin tener un Dios de por medio. La “muerte de Dios” se producirá cuando su representante en la Tierra, la Iglesia, deje de intervenir paulatinamente sobre lo público.

Ahora, este deicidio no tiene implicancias metafísicas, sino reales, es decir, que los valores heredados de la cristiandad no desaparecerán, pero sí muy probablemente, la autoridad que encarna la Iglesia Católica como entidad rectora de la ética.

En ese orden cosas, asistimos a una apertura de la interpretación individual de la fe y no guiada o dirigida por un clero que viene perdiendo su liderazgo y su prestigio. Esa es la única vía que puede salvar al cristianismo de la vorágine de los tiempos, pero principalmente de la obstinación de una dirigencia eclesial que responde a los cambios endureciendo sus posiciones.

La libertad en occidente está en peligro, y no únicamente por grupos terroristas u organizaciones criminales, sino por instituciones que para hacer valer sus preceptos abogan por derogar algunas de las máximas conquistas de nuestra sociedad. Así, la “libertad es entendida como un ideal” pues sólo “mientras está amenazada se convierte en algo que aspiramos alcanzar”, explica el filósofo Isaiah Berlin.

Para Berlin, la lucha por la libertad está plagada de intentos de individuos por suprimir el poder que, “poseído o utilizado por algún otro individuo o grupo de personas, los limita para llevar a cabo sus propios deseos”. “Y el partido de la libertad, al contrario de quienes desean mantener algún tipo particular de autoridad -la de un monarca, la Iglesia, la aristocracia hereditaria, una compañía comercial, una asamblea soberana, un dictador, a veces disfrazados de agencias impersonales ("el Estado", "la ley", "la nación"), pero de hecho siempre conformadas por individuos, vivos o muertos-, está compuesto por personas que se oponen a una forma de restricción existente o en ciernes”, continua Berlin.

Sólo mientras nos damos cuenta de su necesidad es que advertimos que “la libertad es una mera garantía contra la interferencia” y la necesidad “de tener garantías sólo se siente donde existe la conciencia de esos peligros, para evitar aquello que los promueve”, concluye el también historiador alemán.

El autor de “Ideas Políticas” nos dice también que la libertad es un medio porque permite la realización de ciertas condiciones. Sin ella careceríamos de oportunidades reales para determinar el rumbo de nuestras vidas. En definitiva, “el hombre necesita (libertad) a fin de asegurar la vida y oportunidades idóneas de felicidad; o para ser capaz de poseer una propiedad, o para pensar y hablar como lo desee, o para obtener empleo, o para participar en la vida política y social de su comunidad”.

Esta noción de libertad está indiscutiblemente ligada a la de progreso. Al respecto, la mejor definición de este último término pertenece al fallecido profesor de Harvard, Stephen Jay Gould, y lo es por desvincular el interés de la idea de progreso en la evolución de los seres vivos.

Para Gould los seres vivos más simples y más antiguos son, todavía hoy, los que mejor se adaptan a las condiciones más variadas y extremas del planeta: las bacterias. ¿Progreso? ¿Para qué necesitamos un concepto tan antropocéntrico y tan cargado culturalmente? Tal es la opinión de la mayor parte de los biólogos. Sin embargo, la relevancia científica, social, económica y política del término es tan colosal que quizá sea pronto para reconocer nuestro fracaso y echar la culpa a la palabra.

¿Qué es el progreso? En este caso, el antropocentrismo no es una postura metodológica, pero sí, y por una vez, una buena pista. Una definición de progreso parte de dos conceptos previos, según Gould: la individualidad viva (organismo, sociedad, población...) y la incertidumbre de su entorno (donde viven el resto de las individualidades). He aquí una sugerencia inspirada en la termodinámica del no equilibrio: "Una individualidad progresa cuando gana independencia respecto de la incertidumbre de su entorno".

Entonces, puede inferirse que el ser humano es más libre de su entorno o medio cuando gana independencia. Para eliminar la incertidumbre que le rodea necesita entonces conocimiento. “Conoceréis la verdad y series libres” dice el Evangelio, “pero no toda verdad es libertadora porque a veces terminamos encadenados a ella” complementa un colega norteamericano.
Libertad y progreso están relacionados porque el primer concepto posibilita los logros que se derivan del segundo. “Sólo en libertad el hombre puede progresar” se diría comúnmente pero el vínculo no se agota ahí, sino que el prerrequisito de la libertad es la referencia habitual desde la cual medir todo progreso.

Estas nociones, ahora en peligro, forman parte de las bases sobre las que se asienta la civilización occidental. Por ello es menester defenderlas con conocimiento y activismo. En este sentido, es necesario prevenir las usurpaciones específicas que viene propugnando la región.

Ser libres, en el sentido en que lo afirma Mill, es no estar obstruido dentro de ciertos límites precisamente establecidos, o más o menos concebidos con vaguedad. La libertad no es una palabra que denote un fin humano, sino un término para designar la ausencia de obstáculos -en particular, obstáculos que resultan de la acción humana para la realización de cualesquiera fines que los hombres pueden perseguir.

En estos términos, la denuncia y crítica a la Iglesia se hace cuando ésta también atraviesa por innumerables dificultades. En el pasado, la irrupción de la modernidad debilitó su capacidad de dar respuestas convincentes a las interrogantes sobre el mundo. Lo que a la larga la llevó a apostar, como en el presente, por mayor dogmatismo e intolerancia. “Los cambios que sucedieron a nivel científico e intelectual en Europa erosionaron seriamente la credibilidad del mensaje cristiano, y la autoridad moral y ascendencia espiritual de las distintas Iglesias”, reseña Don Miguel de Unamuno, el conocido autor de “Niebla”.

Las consecuencias de este gran enfrentamiento entre el intelectualismo liberal y científico con los postulados ortodoxos condujo al Concilio Vaticano I (1869-1870) en el que se reafirmó la infabilidad del Papa sobre las cuestiones de la fe.

Desde esa época la Iglesia trató de afrontar los desafíos que implicaban reconciliar la doctrina cristiana con la ciencia moderna. En vez de oponerse radicalmente, algunos sectores consideraron necesario establecer una nueva relación entre fe y razón, luego del desestabilizador arribo del iluminismo en el siglo XVIII.

Los padres de la Iglesia, en particular Agustín de Hipona, fueron los grandes pensadores cristianos en advertir la conveniencia de relacionar fe y razón. La preferencia por los neoplatónicos del segundo lo llevó considerar que la razón y la fe no se oponen, sino que su relación es de colaboración.

Las reflexiones hechas es ese difuso campo de intersección fue revivida en el discurso de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona, que reafirma que el acercamiento entre la fe bíblica y el planteamiento filosófico del pensamiento griego, fue recíproco. Es decir, que ambos fueron voluntariamente a su encuentro cuando en realidad lo que hizo la teología fue apropiarse y desnaturalizar el pensamiento helénico.

La manipulación de las ideas filosóficas de la antigüedad (que fueron virtualmente ultrajadas) sirvió para “racionalizar” los postulados de una fe, esto es, hacerlos más creíbles a los fieles al dotarlos de cierta apariencia de cientificidad y razón. Nunca hubo tal encuentro como el descrito por el Papa, sino que la religión utilizó las escuelas clásicas para encontrar vías racionales de justificación.

Se sabe bien que el propio San Agustín adaptó los escritos latinos y platónicos. Así, del principio de causalidad aristoteliano ("Todo lo que se mueve se mueve por otro") explica el problema del origen de las cosas, diciendo que Dios creó todo de la nada. La creación, para el escritor de “Confesiones”, ha tenido lugar en el tiempo. Dios crea de la nada y crea según razones eternas (ideas ejemplares existentes en la mente Divina).

Pero recurrir al principio de causalidad no puede ser de utilidad porque dicho principio está vinculado a la idea de causalidad que pertenece al espacio-tiempo. Y no tiene sentido aplicar la noción de causalidad a un suceso que es previo a la aparición del espacio-tiempo, según la Teoría de la Relatividad y la Física Cuántica. El gran astrofísico Stephen Hawking lo resume de la siguiente manera: "Siendo el universo internamente consistente y autocontenido, su existencia no requiere nada exterior a él, no precisa ser puesto en marcha por nadie".

No estamos sugiriendo que Dios no exista, sino que la razón y la ciencia no tienen nada que decir sobre la religión. Cualquier intento de introducir a la divinidad desde la Ciencia está condenado al fracaso. Ahora bien, por la misma razón, cualquier intento de negar a la divinidad desde la Ciencia también es inútil. Ateísmo y teísmo remiten a un mismo tipo de racionalismo chato. Carecen de sensibilidad metafísica, la que hacía decir a Chuang-tzu que "al Tao no se lo puede expresar ni con palabras ni con silencio".

De este modo, traficar con la razón para demostrar a Dios, como pretende Benedicto XVI, es totalmente contraproducente. Si San Juan en el principio de su Evangelio señaló que antes de todo existía el “logos”. Esta afirmación (del logos) significa dos cosas como refiere el Papa: “palabra” y “razón”, que el pontífice utiliza en su segundo significado por obvias razones, valga la redundancia. Es decir, que la “razón” (que San Juan y Ratzinger identifican con Dios) pasa a ser un elemento a través del cual “la fe bíblica alcanza su meta” y “encuentran su síntesis”.

“En el principio existía el logos, y el logos es Dios, nos dice el evangelista”, recalca Benedicto XVI con la intención de forzar un encuentro recíproco entre “el mensaje bíblico y el pensamiento griego” como si este último se enriqueciera cuando el primero hace mal uso de sus explicaciones.
En realidad, la originalidad papal es muy burda y recurre al principio de razón suficiente que se basa en la verdad o inteligibilidad del ser. Así, el “ego sum qui sum” o “yo soy el que soy”, o “yo soy”, simplemente revela a Dios y lo “distingue del conjunto de las divinidades con múltiples nombres”. Ese “ser de la divinidad” o “revelación” es suficiente para el Papa para afirmar no sólo su existencia, sino una iluminación tal que hace inteligible su conocimiento.

Al revelarse en la zarza ardiente a Moisés y mucho antes a otros patriarcas, Dios funde en su ser las nociones de “verdad” y “razón”. De ese modo la explicación de los misterios del mundo no sólo estaría completa, sino que sería la única posible y la “razón” no tendría otras vías de escape o caminos que los de la identidad con Dios.

Para Benedicto XVI, “En el fondo, se trata del encuentro entre fe y razón, entre auténtica ilustración y religión. Partiendo verdaderamente de la íntima naturaleza de la fe cristiana y, al mismo tiempo, de la naturaleza del pensamiento griego ya fundido con la fe, Manuel II podía decir: No actuar "con el logos" es contrario a la naturaleza de Dios”.

Dios ya no sólo es “amor”, sino “razón” para el ex director de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Toda esta fundamentación en estos tiempos tiene el viejo propósito de convencer y persuadir. Es decir, de tergiversar los hechos y los racionamientos para lograr una mejor asimilación del cristianismo con el presente. O, dicho de otro modo, para defender la “fe” de los métodos científicos y racionales que prescinden del mensaje cristiano por ser incompatible (o no necesario, más bien) con la explicación que hacen de los fenómenos.

El polémico discurso pronunciado por el Papa en Ratisbona es muy claro en sus objetivos al señalar que el encuentro entre fe y razón tiene su “fin y huella histórica en Europa”. La intención es la de advertir “que Europa no es Europa sin el cristianismo o si deja de ser cristiana”. Es como si el Viejo Continente fuera no sólo depositario (o heredero) de una larga y valiosa tradición judeocristiana, sino de su exclusivad patrimonial.

La noción patrimonialista bajo la que concibe el primado de la Iglesia Católica a un continente mayormente laico es por demás alarmante. Ello explica en gran medida el por qué de muchas de sus últimas y desacertadas actuaciones.

Los peligros que encierra el estudio del Discurso de Ratisbona sobre el secularismo, que causó un gran revuelo con Islam al calificarlo de violento (de convertir por la fuerza), a través de una referencia al emperador Manuel Paleólogo II, son inconmensurables si se los compara con los entredichos entre dos de las religiones del “Libro”.

Es preciso advertir que el racionamiento papal intenta justificar la necesidad de su religión como rectora de la moral. Ni la ciencia ni la razón común (libre de condicionamientos religiosos) son capaces de responder a las inquietudes fundamentales de la existencia de ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos?, etc.

“El sujeto”, menciona el pontífice, “basándose en su experiencia, decide lo que considera sostenible en el ámbito religioso, y la "conciencia" subjetiva se convierte, en definitiva, en la única instancia ética”.

“Sin embargo”, continua Benedicto XVI, “de este modo la ética y la religión pierden su poder de crear una comunidad y se convierten en un asunto totalmente personal. La situación que se crea es peligrosa para la humanidad, como se puede constatar en las patologías que amenazan a la religión y la razón, patologías que necesariamente deben explotar cuando la razón se reduce hasta tal punto que las cuestiones de la religión y la ética ya no le interesan”.

Pero Ratzinger convenientemente desconoce que existen ejemplos de que una ética no religiosa es capaz formar comunidad y un orden dentro de ella. Tal vez el nombre de Confucio (551 AC – 479 DC) no le suene mucho al Papa. A manera de resumen, el filósofo chino estableció con éxito una ética laica en China mucho antes del cristianismo, ya que diversos emperadores, principalmente de la dinastía Han, se inspiraron en la obra de este pensador para organizar la sociedad china.

El orden que trajo a su nación perdura hasta ahora y es responsable de ejercer una influencia en diversos ámbitos de la vida de los chinos (como la familia, el trabajo y la política).
A continuación se reseña algunas ideas extraídas de “Los Cuatro Libros” de Confucio y una selección de notas de Joaquín Pérez Arroyo.

En su sistema filosófico no se discute las cuestiones ontológicas (del ser) ni las metafísicas propias de una religión, sino las soluciones prácticas a los problemas de la existencia individual y social. “Confucio, que no era monoteísta, pues creía en el culto a los antepasados y diferentes poderes escasamente antropomorfizados, crea una teoría moral y política que no habla de espíritus o cómo es el cielo pues su sistema trata de lo que intenta conocer y transformar: el mundo”.

Se podría decir que creó una “religión cívica” (caracterizada por su tolerancia hacia otros cultos y despreocupada por las cuestiones sobrenaturales). Lo importante para Confucio era la armonía que debe existir en los diferentes niveles de la vida y entre éstos.

En ese sentido, “cualquier referencia al Cielo, indica que es un poder superior, pero no está ni personalizado, ni claramente separado del mundo. No es algo meramente pasivo, puesto que de él vienen acciones y mandatos, pero en ningún momento se deduce que sea un Dios al estilo judeocristiano, es decir, único, creador del universo y providente”.

“El culto que Confucio rendía a los antepasados implicaba una creencia en la supervivencia de las almas o espíritus capaces de castigar y proteger a sus descendientes”.

Para Confucio, “el hombre debe estar en armonía con el cosmos, lo que supone estar de acuerdo con lo ordenado por el Cielo. Con este fin, el hombre debe trabajar para autoperfeccionarse, lo que conseguirá por medio de la instropeccion”, algo similar al “conócete a ti mismo" del Oráculo de Delfos. Esto se denomina “mirar hacia dentro” o “volverse hacia dentro”. “El estudio o autoexamen permitirá que el hombre pueda conocer los deseos del Cielo. Este conocimiento le servirá para desarrollar su Li, que es un concepto con el que se identifica la corrección, la etiqueta, las buenas formas interiorizadas y no simplemente externas y aprendidas, sino identificadas con el propio yo que ya forman parte de él”.

Otra idea destacable es la de hombre superior, que posee una superioridad moral que no está relacionada con el estrato social de la persona. “El hombre superior confuciano es educado y justo, posea la virtud como algo inherente a su naturaleza y permanece siempre en el Justo Medio (noción de moderación en todo, hasta en lo bueno)”.

“La misión del hombre superior es dirigir y orientar a la sociedad, es decir, a los demás hombres que no alcanzan su perfección. Este punto es de capital importancia, ya que este pensamiento tuvo éxito insospechado y una proyección brillantísima en la China posterior hasta el punto de que la peculiar burocracia que se creó y consolidó a través de las diferentes dinastías llegó a identificarse totalmente con esta idea, lo que dio lugar a un elevado espíritu de servicio en las buenas épocas”.

“El confucionismo se trata entonces de una doctrina que interviene en una sociedad a la que pretende dirigir a altas cotas de organización y moralidad. Confucio sólo ve al hombre realizado en tanto que como ser social ocupa un puesto y desempeña una función”.

Toda la estructura de la sociedad confuciana reposaba en la familia, que era el modelo inicial sobre el que se construía el Estado. Lejos de ser nuclear y reducida como en occidente; “se trataba de un verdadero clan, muchos de cuyos miembros vivían bajo el mismo techo, reconocían un antepasado común y conservaban vínculos con otros grupos del mismo origen por encima de la distancia y de las generaciones”. La extensión de la familia china hacia que esta fuera una especie de mini reino o unidad de poder a la que “son aplicables la jerarquización, el protocolo y los métodos de gobierno”. El Estado podía verse como una gran familia o reunión de éstas en el que se reproducían casi las mismas obligaciones morales y deberes.

Como ámbito de la socialización primaria, la familia servía para que el hombre pudiera ensayar y mejorar sus capacidades intelectuales y morales. De esta forma el hombre superior se inicia en la familia y “difícilmente podrá gobernar un Estado quien no sea capaz de gobernar primero su propia familia”.

“La jerarquía confuciana en la familia no es obstáculo para que el hombre de estratos inferiores pudiera alcanzar la perfección. La compleja graduación entre padre, madre, hijo mayor, hijo menor respondía al anhelo confuciano de de fijar el puesto de cada uno”. Pero no impedía la posibilidad escalar en el pirámide social.

La sociedad ideada por Confucio “no pretendía preservar la decadente sociedad feudal del siglo V a.C. Para los confucianos, los hombres son todos básicamente iguales, con independencia del lugar y posición en los que hayan podido nacer; pero esto no quiere decir que puedan mantenerse iguales porque ni es posible ni deseable para el buen funcionamiento social. Lo ideal sería que todos los individuos alcanzaran la perfección necesaria para llegar a ser hombres superiores, pero la realidad objetiva es que éstos son una minoría, mientras que los hombres vulgares son una gran mayoría”.

Bajo este sistema, era posible romper con los condicionamientos de los orígenes mediante la superación individual. “Si el hombre era verdaderamente virtuoso, debería poder alcanzar los puestos de mayor importancia y responsabilidad. Esta doctrina contradice los principios de cualquier feudalismo y atacaba entonces a la base de la sociedad en la que los confucianos se desenvolvían, puesto que, en un mundo de nobles caballeros, la herencia, el poder y la sangre eran los valores máximos, y no la virtud”.

El resultado de esto era un “Estado rico y bien gobernado” ya que las familias eran creadoras de buenos individuos. El hombre bajo estos conceptos podía no solo conocerse, sino mejorarse a sí mismo. El hombre nace neutro (sin conocimiento del contenido moral y de su función dentro de la sociedad), es decir, sin mancha ni pecado ya que tiene que descubrir la verdad. El máximo deber consistía en hacer de nuestra vida lo mejor que podamos de ella para el bien de la sociedad.

Concluida esta parte, resulta evidente que la constitución de un Estado laico independiente de toda influencia religiosa en plausible en la medida se nutre de fuentes profanas. En la actualidad, “las formas las formas religiosas de pensamiento y las formas religiosas de vida quedan sustituidas por equivalentes racionales, y en todo caso por equivalentes que resultan superiores” conforme a la lectura que hace Jürgen Habermas de “secularización” en “el sentido jurídico de una transferencia coercitiva de los bienes de la Iglesia al poder secular del Estado”. “Por eso”, dice Habermas, “ese significado ha podido entonces transferirse al surgimiento de la modernidad cultural y social en conjunto”.

En el discurso de Jürgen Habermas en la Pauslkirche de Frankfurt el día 14 de Octubre de 2001, sobre fe y saber, el filósofo alemán establece claramente el papel que debe desempeñar toda religión en el seno de una sociedad “postsecular”. A decir del gran pensador de nuestro tiempo, “(…) Desde el punto de vista del Estado liberal sólo merecen el calificativo de “racionales” aquellas comunidades religiosas que por propia convicción hacen renuncia a la exposición violenta de sus propias verdades de fe. Y esa convicción se debe a una triple reflexión de los creyentes acerca de su posición en una sociedad pluralista”. “La conciencia religiosa en primer lugar tiene que elaborar cognitivamente su encuentro con otras confesiones y con otras religiones. En segundo lugar, tiene que acomodarse a la autoridad de las ciencias que son las que tienen el monopolio social del saber mundano. Y finalmente, tiene que ajustarse a las premisas de un Estado constitucional, el cual se funda en una moral profana. Sin este empujón en lo tocante a reflexión, los monoteísmos no tienen más remedio que desarrollar un potencial destructivo en sociedades modernizadas sin miramientos”.

Habermas advierte perfectamente los males que puede ocasionar una fe que no sabe ubicarse o encontrar su posición dentro de la comunidad. De ahí que sea sumamente preocupante la actual postura de la Iglesia, ya que Ratzinger sostiene “que la fuerza del catolicismo no radica en el diálogo ni en la tolerancia, sino en la convicción”, y que por tanto resultan "innegociables" cuestiones como la defensa de la vida humana, la familia, la indisolubilidad del matrimonio, el celibato sacerdotal, así como el repudio del aborto, el divorcio y las uniones entre homosexuales.

Esto entra en contradicción con lo expuesto por el pontífice hace un par de meses en Ratisbona pues en aquel discurso expuso la necesidad de “escuchar las grandes experiencias y convicciones de las tradiciones religiosas de la humanidad”, así como mantener “el diálogo entre las culturas”. Toda la supuesta apertura del discurso queda oscurecida con el Sacramentum Caritatis dado a conocer hace unas semanas.

El diálogo que pretende entre fe y razón, al estar anulada la oposición entre ambos, implica una verdadera sujeción del segundo concepto al primero. En ese orden de ideas, nada resulta más contundente que la posición antidemocrática de la Iglesia en palabras del propio Papa.

Este desdén por el diálogo y la tolerancia, dos de las principales características de toda sociedad secular, expuestas por el Vaticano, no dejan lugar a la duda ni a interpretaciones benignas. Lo que quiso decir la Iglesia refleja efectivamente lo que piensa y siente desde hace siglos. Sus pretensiones por anular la libertad y otros derechos no soy muy distintas de las esbozadas por otros totalitarismos partidarios o ideológicos.

Ratzinger también olvida que “quien quiere llevar a otra persona a la fe necesita la capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, y no recurrir a la violencia (como los fueros inquisitorios del pasado) ni a las amenazas (de excomunión a los fieles que se oponen a introducir medidas antiprogresistas)”.

Si bien Occidente, particularmente Europa, es heredero de una “trinidad” conformada por la filosofía griega (que supuso el paso del mito y la magia a la razón, y con ella a la ciencia, la democracia, la enseñanza), el derecho romano (elemento distintivo de Occidente y regulador de conductas humanas) y el cristianismo (como base moral de todo orden), ese pasado religioso no puede condicionar el futuro y menos pretender anquilosarse.

Condenar a la modernidad y atribuirle hechos como la irrupción del nazismo o del comunismo refleja una miopía que el actual pontífice comparte con su antecesor.

Fiodor Dostoievski dijo: “Si dios no existe, todo está permitido”. Frase con la que comulgan en el Vaticano para acusar, o más bien atribuir al nihilismo muchos de los problemas y crisis que enfrentamos. Pero esta máxima no debe entenderse de esa forma sino como una posibilidad de determinar por nosotros mismos lo que nos está permitido hacer. Al final de cuentas implica asumir la responsabilidad de nuestras vidas y del destino que tome.

El laicismo de nuestro tiempo no tiene porque ser irreligioso y violentamente anticlerical como ocurrió durante la Revolución Francesa, sino abierto y tolerante. Es en el seno de una sociedad secular donde mejor pueden coexistir las diversas comunidades religiosas porque a todas y cada una de ellas se les permite expresarse.

“(…) En la disputa entre las pretensiones del saber y las pretensiones de la fe, dice Habermas, “el Estado tiene que permanecer neutral en lo que se refiere a cosmovisión, no prejuzga en modo alguno las decisiones políticas en favor de una de las partes. La razón pluralizada del público de ciudadanos sólo se atiene a una dinámica de secularización en la medida en que obliga a que el resultado se mantenga a una igual distancia de las distintas tradiciones y contenidos cosmovisionales. Pero dispuesta a aprender, y sin abandonar su propia autonomía, esa razón permanece, por así decir, osmóticamente abierta hacia ambos lados, hacia la ciencia y hacia la religión”.

Vivir en un Estado secular exige escindir “la identidad en dos, en una parte privada y en una parte pública”, prosigue Habermas. Esto indica que los creyentes tienen “que traducir sus convicciones religiosas a un lenguaje secular antes de que sus argumentos tengan la perspectiva de encontrar el asentimiento de mayorías”.

Sin embargo, y a pesar de que los creyentes pueden hallarse en desventaja al tener que ceder, “las mayorías secularizadas no deben tratar de imponer soluciones antes de haber prestado oídos a la protesta de oponentes que en sus convicciones religiosas se sienten vulnerados por sus resoluciones; y debe tomarse esa objeción o protesta como una especie de veto retardatorio o suspensivo que da a esas mayorías ocasión de examinar si pueden aprender algo de él”.

De lo que se trata es de establecer un verdadero diálogo y reciprocidad, pero no de una unidimensionalidad del mensaje. Generalmente cuando la Iglesia Católica proclama su “universalidad”, lo único que alude con ello es su propio entendimiento de lo universal. Excluyendo a cualquier otra confesión o ideología que no dialoga en sus términos: ¿dónde queda el famoso ecumenismo o encuentro entre religiones que promovía el pontífice?

De otro lado, el Papa no encuentra equivalencia entre el "pluralismo político" y el “pluralismo ético", para el que todas las posiciones morales son igualmente lícitas y justificables por criterios de utilidad. La Iglesia de Ratzinger se ha apropiado del llamado Derecho natural, que a veces considera casi como una traslación de sus propios principios doctrinales, y ha establecido ahí su línea de resistencia al "pluralismo ético", expresión menos imprecisa que "laicismo". Cuando se opone a leyes que, en su opinión, erosionan la familia tradicional, la Iglesia no dice defender sus propias creencias, sino el "bien común".

El teólogo progresista suiza, Hans Küng, tal vez el mayor crítico y conocedor de los dilemas de la Iglesia, establece posiciones de acercamiento sensatas al preconizar una “ética mundial” que aborda los problemas del mundo moderno, y particularmente, de la globalización, desde una perspectiva media, es decir, de principios universalmente reconocidos no sólo por las diversas religiones, sino por cualquier ideología que reconozca como mínimo la dignidad del hombre.

Para Küng, los ejes rectores de la ética mundial son sencillos, así pues tenemos al aforismo “no hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti” que viene desde Confucio y que es un principio fundamental que regula las relaciones humanas y entre los Estados.

Otra norma es la de que “todo ser humano debe ser tratado humanamente”. Y en general los mandamientos del Decálogo judío como “no matar”, “no mentir” y “no robar”, que bien analizó el filósofo español Fernando Savater en elocuentes programas televisivos.

Ahora bien, y a modo de ejemplo, Küng plantea, desde su perspectiva ética, una ética mundial que basa en principios verdaderamente comunes. Así, la “ética mundial” no toma una posición sobre algunos de los grandes problemas controvertidos como el aborto, la anticoncepción, la homosexualidad o la eutanasia. Pero sí nos dice que “no hay que llegar a extremos de ninguna clase”, algo que recuerda mucho a San Agustín y a Aristóteles.

La “ética mundial” no es una nueva ética, sino una especie de condensación de viejos postulados fácilmente identificables por los sujetos. En vez de valorar, para el caso concreto del aborto, “que todo esté permitido” como quieren diversos grupos feministas para utilizarlo como método anticonceptivo general; tampoco la “ética mundial” abrazará las intransigentes posiciones del Vaticano bajo las que no es posible abortar por ninguna causa, al extremo de comparar el aborto como "el genocidio de nuestros días".

Ante posturas irreconciliables, hay que atender a la vida de las mujeres pobres que se lo practican, ya que no se pueden excluir en todos los casos la posibilidad de practicárselo. Entonces, habría supuestos racionales en los que si procedería el aborto, pero de forma excepcional.

Küng, conocido por sus cuestionamientos a la Iglesia, no deja de advertir el daño irreparable que determinadas posiciones le están causando a la fe. Apartado de la enseñanza teológica desde hace casi 30 años, pues se le retiró la autorización eclesiástica. En la misma línea de Juan Pablo II se halla Benedicto XVI al mantener “una política exterior exige a todo el mundo conversión, reforma y diálogo”.

La mejor prueba del carácter antidemocrático del Vaticano se evidencia en su estructura política, es decir, en la forma en que desdeña la separación de poderes. “En caso de disputa, la misma autoridad actúa como legisladora, fiscal y juez. Consecuencias: un episcopado servil y una situación jurídica insostenible. Quien litigue con una instancia eclesiástica superior no tiene prácticamente ninguna oportunidad de que se le haga justicia”, refiere Küng.

La “infabilidad” papal traslada de la fe a la política es fuente de autoritarismo. Esto se refleja en asuntos claves como las políticas de natalidad. Así, Küng indica que la postura del pontífice “en contra de la píldora y del preservativo, podría tener mayor responsabilidad que cualquier estadista en el crecimiento demográfico descontrolado de numerosos países y la extensión del sida en África”.

Pero la posibilidad de diálogo no sólo es negada a agentes externos a la Iglesia, sino a una “variedad de teólogos, sacerdotes, religiosos y obispos que son perseguidos por su pensamiento crítico y su enérgica voluntad reformista”. El caso del desautorizado teólogo Jon Sobrino encaja en esta realidad.

El ecumenismo que tanto proclama Benedicto XVI no deja de ser una retórica vacía por la manifiesta oposición del catolicismo romano a dialogar con las demás confesiones en un plano de igualdad. Esto socava la tendencia inaugurada por el Papa Pablo VI, que pedía el diálogo dentro y fuera de la Iglesia.

Benedicto XVI, al igual Juan Pablo II, “descalifica a las religiones del mundo y las tilda de formas deficitarias de fe”. “Consecuencias: la desconfianza hacia el imperialismo romano está ahora tan difundida como antes. Y esto no sólo entre las iglesias cristianas, sino también en el judaísmo y el islam, por no hablar de India y China”.

“Ratzinger”, comenta el columnista del diario El País, Paolo Flores D'Arcais, “obviamente no sitúa todas las religiones monoteístas al mismo nivel: a la religión cristiana en su versión "católica apostólica romana" se le reserva un primado conferido en virtud de su capacidad, que sólo el catolicismo ejecuta de forma acabada, de ser una religión no sólo de la fe sino también del logos”.

El punto más relevante de la crítica de Küng tal vez sea el referido a la moral. “(…) Por su rigorismo ajeno a la realidad, pierde credibilidad como autoridad moral: las posiciones rigoristas en materias de fe y de moral han socavado la eficacia de los justificados esfuerzos morales del Papa. Consecuencias: aunque para algunos católicos o secularistas tradicionalistas sea un superstar, este Papa (por Juan Pablo II) ha propiciado la pérdida de autoridad de su pontificado por culpa de su autoritarismo. A pesar de que en sus viajes, escenificados con eficacia mediática, se presenta como un comunicador carismático (aunque al mismo tiempo es incapaz de diálogo y obsesivamente normativo de puertas adentro), carece de la credibilidad de un Juan XXIII”.

“(…) En vez de orientarse por la brújula del evangelio, que ante los errores actuales apunta en dirección de la libertad, la compasión y el amor a los hombres, Roma sigue rigiéndose por el derecho medieval, que, en lugar de un mensaje de alegría, ofrece un anacrónico mensaje de amenaza con decretos, catecismos y sanciones”.

Si en el pasado se pasaron por alto las “críticas” de la Iglesia (o más bien demandas a la conversión de Europa) porque Karol Wojtyla servía a los intereses del aparato de propaganda occidental que descalificaba al comunismo; ahora esos cuestionamientos generan, desmantelado el imperio soviético (por sus propias contradicciones económicas y no por la prédica papal), “una animosidad de gran parte de la opinión pública y de los medios de comunicación frente a la arrogancia jerárquica que se ha intensificado de forma amenazadora”.

El Papa Benedicto XVI vuelve a cagar contra el secularismo con la vieja fórmula de que “fuera de la Iglesia no hay salvación”. De ahí que la doctrina de la Iglesia, que no sólo tiene pretensiones de verdad última sobre la fe, sino también lo que constituye el fundamento de lo racional, intervenga constantemente (amenazando) de que los parlamentos y gobiernos que promulguen leyes contrarias a los postulados de la Iglesia se expondrían no sólo a ser excomulgados, sino a perder la salvación.

Los campos de batalla (entre el movimiento secular y la religión) están por casi toda Europa, principalmente en aquellos países donde el catolicismo todavía es fuerte y defiende sus creencias ante cualquier asomo cambio. Se aprovecha de la debilidad de algunos regímenes como el italiano o el español (en su caso es más que nada pasajero y coyuntural que estructural) para imponer su agenda o vetar iniciativas y reivindicaciones de colectivos que demandan reconocimiento e igualdad. Este es el caso de las uniones de hecho en Italia cuya aprobación por parte del Gabinete de Romano Prodi encontró un duro revés en el Parlamento de los partidos conservadores y de derecha. Así, la legislación de derecho de familia que repudiaba el Vaticano, casi ha desaparecido de la agenda.

En España, la alianza entre la derecha y el obispado suenan casi igual cuando se pronuncian sobre cualquier asunto. El diagnóstico hecho por el historiador Joan B. Culla i Clarà es que “el catolicismo español ha perdido transversalidad -o, para decirlo en sus propios términos, universalidad- a borbotones; se ha transformado en una facción seguramente más dura, más compacta, más disciplinada, pero más pequeña, mucho más hosca y muchísimo menos permeable”.

“Desde esa fortaleza presuntamente asediada donde ella misma ha querido encerrarse, la jerarquía episcopal no cesa de lanzar proyectiles y calderos de aceite hirviendo contra todo aquello que, en el exterior, no es de su gusto, ya sea de naturaleza política o religiosa, temporal o espiritual”.

Estos dos casos son muestras de lo que también sucede en otras latitudes, pero sigamos en Europa que el ejemplo más espeluznante corresponde al polaco. En Polonia, los hermanos Lech y Jaroslaw Kaczynski, presidente y primer ministro de ese país, respectivamente, representan el aspecto más alarmante del “neofundamentalismo” cristiano. Desde sus cargos y apoyados por una población radicalizada impulsan reformas que agradarían al clero afincado en Roma. Así, promueven leyes contra homosexuales y persecuciones contra ex colaboradores de los comunistas. Estos actos pueden calificarse de una persecución política a secas, en el caso de los comunistas.

Su mayor ambición es la "renovación moral" del país y la preservación de los valores familiares. Pero esta cruzada por los “valores” ha llevado a nuevas cotas de intolerancia y retroceso en el terreno de los derechos humanos.

Si el Estado se constituyó (la ley, los sistemas de justicia y el principio de autoridad) para impedir la venganza, la ley que castiga la colaboración en Polonia con la pérdida del trabajo o con la prohibición para ejercer la profesión por 10 años, no sólo es violatoria de derechos constitucionales y de tratos internacionales suscritos en el marco de la OIT, sino que arroga la preocupante conclusión de que el Estado se ha convertido en un agente que canaliza el odio público.

En aras de orientar cada vez más a Polonia hacia el catolicismo ultraortodoxo, el gobierno impulsa una ley para prohibir las charlas sobre homosexualidad en las escuelas, bajo pena de despido, multa y hasta prisión. "Si esa clase de aproximación a la vida sexual fuera promovida a gran escala, la raza humana podría desaparecer", advirtió el presidente Lech Kaczynski.

En la sociedad civil polaca también se aprecia posiciones similares a las de su Ejecutivo. La derecha católica ha difundido en ella sus ideas radicales contra el aborto, los homosexuales y los musulmanes. También es común encontrar mensajes en la radio de corte antisemita que transmite la emisora Radio Maria, dirigida por sacerdotes.

La intención de todos estos esfuerzos de la Iglesia, gobiernos (como el polaco) y partidos afines es la de “defender” los valores cristianos para no desaparecer; aunque las metas del Vaticano son mucho más ambiciosas ya que espera influir en las autoridades y ciudadanos.

Lanzar ofensivas y contraofensivas y no reparar en las causas de su propia crisis es un grave error. Uno que lamentará seguramente cuando su estrategia contra el “espíritu autónomo del individuo” choque contra lo que ese espíritu no está dispuesto a renunciar.

En pocas cosas podemos estar de acuerdo los seres humanos, de ahí que la democracia sea la forma que comúnmente hayamos elegido para ventilar y discutir nuestras diferencias. El problema pasa cuando en Estados que se suponen o creen fundarse en el laicismo se cuela, de vez en cuando, los arrebatos de la Iglesia.

Esta invasión de la esfera pública y privada es grave cuando se imponen, sin reparar en las consecuencias, una serie de dogmas sobre toda la colectividad aun cuando parte de ésta no comulgue con “verdades reveladas”. Cuando lo sagrado “sacraliza” lo público tiende a corromperlo pues el sustento de aquello debería ser la heterogeneidad y no lo homogéneo, o una cosmovisión única y pétrea de las cosas. A este fenómeno corrosivo se le llama politización religiosa, que se presenta en el momento que una institución eclesiástica hace política con el propósito de promover cambios sociales a través de la legislación. Cambios que sin lugar a dudas buscan afianzar o consolidar los fundamentos propios del dogma dentro de la sociedad.

La invasión del cuerpo estatal (de lo público) se realiza como la de un virus, es decir, como la de un microorganismo que se reproduce y alimenta de su huésped, en este caso, del Estado. La Iglesia, más parecida en este caso a un súcubo, tiende a recurrir cada vez más a este tipo de prácticas cuando estima que su poder o influencia sobre la sociedad disminuye o corre riesgo de diluirse.

Sus constantes ataques sobre las bases de la civilidad son prueba fehaciente de su tenaz resistencia a desaparecer. Dada su incapacidad para ajustarse a las transformaciones sociales, es decir, a los cambios, pretende frenar el inevitable avance de la ciencia y del secularismo por medio de todo tipo tretas y artimañas.

A raíz de la separación entre Estado y religión (debida en parte a León XIII) su participación en el poder ha menguado y sólo le queda buscar alguna grieta por donde inocularse. Estas grietas representan asuntos socialmente discutibles o problemáticas que causan alguna controversia, a las que el Estado y/o la sociedad civil no han sabido abordar con determinación o no encuentran una solución definitiva, generalmente por la oposición de la Iglesia y sus partidos afines. Mientras existan esos espacios oscuros o intersecciones nebulosas la Iglesia verá en ellos una oportunidad para intentar dirigir o regular las conductas humanas.

La Iglesia es una institución política sin partido, que ha prescindido de dicha organización dado que inspira doctrinariamente a muchas de organizaciones partidarias (y cuenta con agentes dentro de las mismas), además de poseer otros mecanismos de presión para promover o llevar a cabo las reformas que pretende como las polémicas declaraciones de sus autoridades eclesiásticas o por medio de la educación."Los seres que no se adaptan tienden a extinguirse" según Darwin. Si la Iglesia sobrevive hasta nuestros tiempos se debe en parte a que en lugar de cambiar ha tratado de evitar que la sociedad cambie, ya que si ésta lo hace, necesitaría cada vez menos de los oficios de la institución que la condujo a unos de sus capítulos más oscuros.

No deja de llamar la atención que las acciones de la Iglesia Católica bien pueden calificarse de intromisiones de un Estado en otros. Esto porque la Santa Sede ha constituido un Estado Pontificio con presencia histórica, cultural y diplomática en diversas regiones del mundo. Así las cosas, las peligrosas ramificaciones de una religión que rivaliza con los Estados nacionales y distintos sectores de la sociedad civil puede configurar un incidente que vulnera la soberanía, una de las premisas fundamentales de la modernidad.