¿El laicismo es responsable del nazismo?

19.5.07

¿Existe alguna relación o responsabilidad entre en el movimiento secular europeo y el surgimiento del nazismo y del comunismo? Al menos para algunos la respuesta a esa interrogante parece ser afirmativa pues le atribuyen “las consecuencias catastróficas de la Segunda Guerra Mundial” y “las muertes de millones de seres humanos a manos del estalinismo”.

Generalmente esa vinculación ha sido promovida por sectores eclesiásticos para descalificar indebidamente a la corriente de pensamiento que posibilita la defensa y promoción de la libertad en todas sus facetas. La libertad es dañina para la Iglesia como lo es la democracia asentada en ella. ¿La razón? Explicada en un artículo anterior, “es porque en dentro de esa estructura política la gente puede elegir en libertad qué hacer con sus vidas, a quién adorar o no, o a quién amar. Y eso no debería ser posible (piensan en el clero), porque la libertad, así entendida, conlleva aspectos imprevisibles (o relativistas). La noción que manejan, en cambio, es que una entidad superior, como la Iglesia, flanqueada por una arquitectura dogmática, es decir, no cuestionable ni discutible y a la que únicamente se le deba obediencia, debe regular los comportamientos humanos. Eso clausura, de plano, cualquier alternativa de elección”.

Al no encontrar más argumentos, los enemigos de la sociedad secular echan mano de casi cualquier cosa para evidenciar “los males del laicismo”, que de ninguna manera es perfecto, claro está, pero al menos permite correcciones que se adaptan a las necesidades de los tiempos. De ahí que una de sus mayores virtudes sea la flexibilidad con la que puede responder o anticipar las problemáticas sociales, sin excluir o ningunear a ningún grupo.

En cuanto la consideración del secularismo como causa determinante del nazismo y del comunismo hay un gran y evidente error, atribuible quizás al desconocimiento de la historia moderna o de los orígenes económicos, políticos y sociales que posibilitaron el surgimiento de dos de las ideologías más cuestionadas de la historia mundial, y del conflicto que una de ellas provocó, en evidente alusión al nazismo.

Ahora bien, cuando uno estudia los comportamientos sociales de los países del Eje (Alemania, Italia y Japón) observa, naturalmente, una característica: su rápido crecimiento económico y poblacional y la escasez de recursos para satisfacer las apremiantes necesidades de ese crecimiento.

La causa del nazismo no es atribuible entonces una corriente de pensamiento que liberó a gran parte a los estados nacionales modernos de la dominación religiosa, sino a factores relacionados con las urgencias de las naciones desarrolladas de ese momento (por territorios, recursos, autosuficiencia, etc.).

Pero la explicación no queda ahí, porque también contribuyó a ese terrible escenario -donde proliferaron tanto totalitarismos de izquierda como de derecha- una gran crisis económica, la Gran Depresión de 1929, que se extendió con efectos corrosivos por toda Europa, y una noción diferente de desarrollo, es decir, un modelo de expansión distinto al de los países que abrazaban el capitalismo.

Para Estados Unidos, Reino Unido y Francia, las bondades del comercio habían generado bienestar y estabilidad. La fe en la apertura y en el libre intercambio posibilitó en gran medida una sensación positiva en los ciudadanos de aquellos países. Al libre comercio de bienes lo favoreció la disponibilidad de materias primas provenientes de naciones menos desarrolladas. Tanto Francia como Inglaterra, por ser imperios coloniales, tenían fácil acceso a los recursos de sus periferias. En el caso norteamericano, los insumos provenían de países latinoamericanos y asiáticos, fruto del intercambio comercial, de la expansión de las multinacionales de ese país y de la política expansiva de Estados Unidos que le permitió construir una red de países satélites (receptivos a sus inversiones como Cuba, Puerto Rico, Panamá, Filipinas, donde se concentraba el gran capital estadounidense).

Alemania, Italia y Japón, si bien “maduraron” políticamente al mismo tiempo que Estados Unidos (alrededor de 1870, según el historiador Paul Kennedy) siguieron otro camino, en parte porque la situación estructural de sus economías era distinta: no disponían en suficiencia los recursos que EE UU poseía en su territorio (petróleo, carbón, gas, alimentos) y porque adoptaron unas ideologías muy similares (nazismo y fascismo) en respuesta a la amenaza que suponía el comunismo. Además, no hay que olvidar que el modelo que enarbolan era la autosuficiencia económica, principalmente en Alemania, como lo describe muy bien Ludwig Von Mises, economista austriaco del siglo XX, que escribió “Gobierno Omnipotente”, para ilustrar y derribar viejas ideas en torno al auge del nazismo en Europa.

Mises detalla con precisión que la forma en que se había diseñado la economía previa a la guerra (por parte de la República de Weimar) hizo de Alemania una plaza proteccionista que produjo concentraciones en sus industrias (cárteles y oligopolios), monopolios públicos y mayores precios para los consumidores. La rígida legislación laboral germana restó competitividad a sus fábricas, lo que redundó en un mayor proteccionismo en aras de resguardar los puestos de trabajo de las precarias industrias alemanas.

El gran economista austriaco responsabiliza a los cárteles (oligopolios), el nacionalismo beligerante y la guerra de la inflación, la caída del producto y el auge del nazismo, es decir, una fatal combinación de los postulados intervencionistas propios del socialismo y del nacionalismo económico.

De ahí que, tanto “el nacionalismo agresivo como el imperialismo alemán”, hayan sido los principales factores que llevaron al mundo a la Primera Guerra Mundial en palabras de Von Mises.

El defensor del modelo proteccionista alemán fue Adolf Wagner como lo indica Von Mises. Wagner defendía la idea de que cualquier país que exportara materias primas y alimentos desarrollaría tarde o temprano sus industrias nacionales. Esta predica se apoyaba en los postulados teóricos de List, quien años antes estableció que la mejor forma de desarrollar una industria nacional era colocando trabas a las importaciones extranjeras. El resultado fue proteger a las incipientes industrias locales. En la práctica, ese tipo de medidas restaba competitividad a los mercados porque eliminaba la competencia extranjera (las importaciones) y la producción nacional se vuelve de menor calidad por tener un mercado cautivo. Quien pierde en esas condiciones era el consumidor local ya que no podía diversificar su consumo ni demandar eficiencia a los ofertantes.

Por ese tiempo era muy popular el discurso de la autosuficiencia económica. Incluso se pensaba que si un país llegaba a no depender o confiar en el libre intercambio iba a limitar la posibilidad de una guerra a gran escala, ya que las naciones superpobladas que no fueran capaces de alimentar a sus habitantes con productos alimentarios y materias primas no tendrían más remedio que morirse de hambre, a no ser que, según el propio Wagner, emprendieran una guerra por el llamado “espacio vital” (lebensraum).

De otro lado, Sam Harris, investigador de la fe y la credulidad, publicó un libro titulado “The end of the faith” (El fin de la fe), en esa obra explica, entre muchas otras cosas, que el fundamentalismo religioso que en la actualidad se niega a perder protagonismo social, ha sido responsable de muchas de las injusticias y de la mayor violencia registrada. En resumidas cuentas nos dice que no hay que olvidar que en la raíz de muchos males se halla la religión. También cuestiona que muchas políticas estén predeterminadas (como las investigaciones con células madre o el matrimonio homosexual) por creencias religiosas. De igual modo se refiere a las convicciones religiosas de George W. Bush –apelando a la divinidad- para justificar sus iniciativas bélicas o cualquier otra empresa legal, que tiende, por lo general, a afectar otras libertades y derechos.

Harris descubre un lugar muy común al que recurren los críticos de la sociedad abierta: la vinculación del nazismo o el estalinismo como ejemplos de lo que pasa cuando se intenta suprimir la religión, es decir, cuando una “elite atea” se enquista en el poder. Evidentemente, la validez de ese tipo de racionamientos es falsa por donde se lo mire. Ni los gulags o los campos de extermino son fruto del triunfo secular, sino de otra clase de corriente, esto es, de una ideología política que no guarda ninguna relación la sociedad abierta conceptualizada por Bergson, que en su libro “Las dos fuentes de la moral y la religión”, es la única capaz de respetar los derechos humanos y las libertades del individuo.

Siguiendo a Sir Karl Popper, quien complementó esta noción, en “La sociedad abierta y sus enemigos”, tanto el comunismo como el fascismo eran dogmas (ideologías abstractas y universales), que pretendían poseer la verdad absoluta sobre la forma de organizar la sociedad (el trabajo, la economía, las leyes, etc.). Además, lo que las diferenciaba de una sociedad abierta era justamente la represión que empleaban para alcanzar sus objetivos (copiando a las intolerantes sociedades religiosas).

En “The end of the faith”, Harris explica que Auschwitz no fue producto del ateísmo, sino de una corriente irracional como la mayoría de las ideologías religiosas. En concreto, Harris postula que el nazismo y el comunismo estalinista eran religiones políticas. Así, ninguna de las sociedades mencionadas son ejemplos de sociedades razonables.

0 comentarios: